Jazmín toma el teléfono: «¿Hola, hijita, cómo estás?». Con inocencia, responde: «Bien, papito. No te conozco, ¿vendrás a verme?». La respuesta emocionada llega: «Sí, hijita, claro que sí. Pronto iré a verte.
Por Any Altamirano De la novela (Ojos de Jazmín)
Hoylunes – Cuando la vida entrelaza sus historias en los hilos de la adversidad y la perfección, nos sumerge en un relato que parece salido de la pantalla. El destino, caprichoso, se encarga de separar a aquellos que buscan paz y reconciliación.
Jazmín recibe un día la noticia de su madre: su padre la está buscando y desea hablar con ella. Juntas se dirigen a la única caseta del pueblo, la única forma de contacto en una época donde los celulares y teléfonos particulares no existían, al menos no donde vivían.
Llega el turno de su madre de tomar la llamada. Después de unos minutos, Jazmín toma el teléfono y escucha: «¿Hola, hijita, cómo estás?» Ella responde: «Bien, papito. No te conozco, ¿vendrás a verme?» Él responde: «Sí, hijita, claro que sí. Pronto iré a verte. Dime, ¿cómo te va en la escuela?» La conversación es breve pero llena de esperanza. Jazmín anhela conocer a su padre.
En el apuro de la llamada, Jazmín tiene en sus manos un cuaderno con actividades escolares. Su madre, mientras habla con su padre, le pide el cuaderno para anotar algo. De vuelta a casa, todo parece normal. Jazmín retoma sus tareas escolares y al cambiar de página nota algunos números anotados. Decidida a mantener la limpieza de sus actividades, los borra sin sospechar la importancia que tendrían.
Una semana después, su madre le pide el cuaderno y nota la ausencia de los números que había anotado. Con angustia en su rostro, le pregunta a Jazmín por qué los borró. La respuesta de la niña, asustada y apenada, revela su inocencia: «Mamá, no sabía lo que era. Solo no se veía bien en mi tarea.»
A lo largo de los años, Jazmín descubre que su interpretación de ese evento difiere de la de su padre. Él cree que su madre no tenía el deseo de acercar a la niña a su vida. En la ausencia de comunicación, las suposiciones y la imaginación recrean escenarios inexistentes. Las historias se tejen en los hilos de la desdicha, convirtiendo cada día en una agonía eterna donde las palabras no fluyen y las almas se alejan de la efímera felicidad. Hasta que, eventualmente, alguien da el paso para el reencuentro
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