Caridad sabía que el dolor de perder a su padre no desaparecería fácilmente. Cada rincón de la casa parecía susurrar su nombre, recordándole los momentos felices que compartieron juntos.
Por Ehab Soltan
Hoylunes – Caridad se encontraba sentada en el porche de su casa, con el corazón lleno de dolor y los ojos llenos de miedo. Había perdido a su padre hacía apenas un mes, y el vacío que dejó en su vida era abrumador. Miraba la casa al revés, como si cada detalle fuera un recordatorio constante de su ausencia.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la voz de su amiga de toda la vida, quien se acercó para ofrecerle consuelo. «Oh Caridad, no me deshonres», dijo con voz suave. «La muerte está destinada a todos nosotros, pero después de la partida de tu padre, la vida se convierte en una serie de viajes y batallas. A veces, parece que vivimos como reyes derrotados».
Caridad asintió con tristeza, sintiendo el peso de sus palabras. «Se me va», susurró, dejando escapar un suspiro de dolor.
La amiga de Caridad la rodeó con un brazo reconfortante, tratando de calmar su corazón afligido. «Estoy aquí para ti, siempre», dijo con sinceridad.
Pero Caridad sabía que el dolor de perder a su padre no desaparecería fácilmente. Cada rincón de la casa parecía susurrar su nombre, recordándole los momentos felices que compartieron juntos. Era como si su presencia aún llenara cada habitación, pero al mismo tiempo, su ausencia era insoportable.
Mientras contemplaba el paisaje frente a ella, Caridad notó algo brillando entre las hojas de un árbol cercano. Se levantó con curiosidad y se acercó, descubriendo un pequeño cofre escondido entre las raíces.
Con manos temblorosas, abrió el cofre y se encontró con una colección de cartas y fotografías, recuerdos preciosos de su padre. Cada objeto era como un tesoro, un vínculo con el pasado que nunca podría ser reemplazado.
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Caridad mientras sostenía las cartas en sus manos temblorosas. A pesar del dolor abrumador, una chispa de consuelo llenó su corazón al darse cuenta de que, aunque su padre ya no estuviera físicamente presente, su amor y su legado vivirían para siempre en esos recuerdos atesorados.
Caridad cerró el cofre con cuidado, sintiendo una sensación de paz y gratitud que nunca había experimentado antes. Aunque la pérdida de su padre había dejado un vacío en su vida, ahora sabía que siempre llevaría su amor consigo, como un tesoro precioso que nadie podría arrebatarle.
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