Cuando el dolor engaña: Por qué el alivio no es la cura

La automedicación puede silenciar un síntoma, pero solo la intervención profesional detiene el avance real del daño dental. Una reflexión necesaria sobre hábitos, urgencias y decisiones que marcan la diferencia entre salvar un diente… o perderlo.

 

Por Any Altamirano

HoyLunes – En casi todos los hogares hay un pequeño arsenal de pastillas blancas capaces de “salvarnos” una noche difícil: ibuprofeno, paracetamol o combinaciones que prometen apagar el dolor en minutos. Y, durante unas horas, lo logran. El alivio llega, la vida continúa, y uno siente que ha ganado la batalla.

Pero la historia casi siempre sigue el mismo guion: el dolor vuelve. A veces más suave, a veces más profundo. Y en ese regreso silencioso está la señal que solemos ignorar: el diente no se cura solo.

En un país donde la automedicación es un hábito extendido, el reto no es demonizar las pastillas, sino comprender su papel real. Alivian, sí. Curan, no. La cura —la única— pertenece al dentista. Hoy hablamos de eso: de la línea fina entre el alivio temporal y la solución definitiva.

El espejismo del alivio rápido

Los analgésicos son necesarios en muchos momentos. Reducen la inflamación, permiten dormir mejor y ayudan a superar horas críticas. Pero ese efecto tranquilizador puede ser engañoso.

Cuando un diente duele, está anunciando un problema estructural: caries profunda, infección, fractura, inflamación pulpar, encías comprometidas. Ninguna de esas causas desaparece con una pastilla. Solo se silencian.

La automedicación prolongada actúa como un cortafuegos defectuoso: retrasa la consulta y deja que el problema crezca bajo la superficie. Cuando por fin se acude al dentista, el diente puede estar más dañado, el tratamiento es más complejo… y el coste también.

Solo el dentista puede diagnosticar la causa real del dolor.

¿Por qué el dentista es la verdadera solución?

El único tratamiento capaz de resolver el origen del dolor es aquel que actúa directamente sobre el diente o la encía dañada. Eso significa:

Detectar la lesión real mediante exploración y radiografía.

Reparar o limpiar la zona dañada (empaste, endodoncia, tratamiento periodontal).

Detener la infección cuando existe y evitar su expansión.

Prevenir nuevas crisis con hábitos y revisiones.

Lo que diferencia al dentista de una pastilla no es un simple nivel de alivio, sino la capacidad de resolver lo que provoca el dolor.

Los analgésicos ayudan… pero la cita es lo que resuelve.

El riesgo silencioso de retrasarlo

Dejar pasar días —incluso semanas— tomando pastillas de manera intermitente tiene consecuencias:

La infección puede avanzar.

El dolor puede transformarse en algo más severo o repentino.

Puede aparecer hinchazón facial, fiebre o dificultad para masticar.

Procedimientos simples se convierten en tratamientos complejos.

Nadie quiere llegar a ese punto. Y en la mayoría de los casos, no habría necesidad si la consulta se hiciera a tiempo.

Detectar el problema a tiempo evita complicaciones futuras.

Señales de que ya no debes esperar

Llevas más de 48 horas dependiendo de analgésicos.

El dolor vuelve cada vez más rápido.

Notas hinchazón, sabor extraño o supuración.

Te cuesta abrir la boca o masticar.

El dolor te despierta por la noche.

Si aparece fiebre, dificultad para tragar o inflamación notable, es urgencia dental inmediata.

Construir una relación saludable con el dolor (y con la prevención).

Cuidar los dientes no es solo una cuestión estética; es salud real. Revisiones anuales, limpieza profesional, control del azúcar y una higiene constante son la única receta comprobada para evitar dolores inesperados.

Pero si el dolor llega —y todos hemos estado ahí— la clave está en escuchar el mensaje y no silenciarlo. En HoyLunes nos gusta recordarlo así: una pastilla te salva la noche; el dentista te salva el diente.

Any Altamirano. Periodista. Escritora. Editora.

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