Los Viajes de Hugo: ¿Eliges Guerra o Paz?

En Cartagena, un abuelo y su nieto descubren que la paz se construye en lo cotidiano.

Entre preguntas inocentes y reflexiones profundas, surge la convicción de que la paz no es una utopía, sino un camino posible que comienza en lo cotidiano: en el gesto de compartir, en la aceptación de las diferencias y en la responsabilidad individual de construir un mundo más justo.

 

Por M.ª Pilar Rueda Requena

Hoylunes – Una vez más, Hugo emprendía un viaje familiar, y esta vez se dirigían a la ciudad de Cartagena. Tenía 12 años, era un niño muy inteligente y curioso, pero también extremadamente sensible y reflexivo. A menudo cuestionaba temas que hacían que los adultos se replantearan la información que le compartían.

Durante su visita a esa ciudad, cargada de siglos de historia, su abuelo Ramón, un erudito y excelente conocedor del pasado, le explicaba cómo los cartagineses habían fundado la ciudad. Le contó cómo Aníbal había iniciado su legendaria expedición a lomos de elefantes hacia Roma. Después de la guerra, Cartagena —entonces conocida como Cartago Nova— creció en poder y esplendor. Todo lo que estaban visitando, desde el teatro hasta la casa de la fortuna, las murallas y las puertas, era tan diferente y, sin embargo, los transportaba a otros tiempos y estilos de vida.

El teatro romano de Cartagena recuerda que cada piedra guarda la memoria de culturas que dejaron huella a través del tiempo. Fotografía: Trini Calle Perez

A veces, Hugo se distraía con su hermano pequeño, mostrando poco interés por la historia, pero en instantes volvía a acercarse a su abuelo, ansioso por preguntar sobre la vida de los romanos: qué trabajos realizaban, cómo se desplazaban, cuáles eran sus costumbres. Ramón, complaciente, respondía a cada una de sus inquietudes con entusiasmo.

Así continuó la visita, hasta que su abuelo relató que años más tarde llegaron los visigodos y luego los musulmanes, quienes permanecieron unos 600 años en la región. Posteriormente, los cristianos reconquistaron la ciudad, expulsando a los perdedores. La expresión de Hugo palideció al escuchar aquello. “¿¿¿A dónde??? ¿¿¿¿Por qué????” preguntaba una y otra vez, insistiendo en que no era justo.

Ramón tuvo que adaptar su respuesta para hacerla más comprensible. “Sí, Hugo, es cierto que a veces los seres humanos actuamos de manera incomprensible, especialmente en tiempos en que la educación y el conocimiento eran escasos y muchas personas eran analfabetas. ¿¿¿Sabes por qué no fue justo??? Porque, esos pueblos dejaron huellas históricas en la arquitectura, el urbanismo y algunas fortalezas, también nos legaron conocimientos valiosos: técnicas militares, marítimas y las rutas comerciales que abrieron por el Mediterráneo, lo que permitió que el puerto de Cartagena se convirtiera en uno de los más importantes de España y del Mediterráneo”.

“Claro, ya lo entiendo”, replicó Hugo, “por eso lucharon y se quedaron con Cartagena, porque ya era una ciudad poderosa. Pero, aun así, no es justo”, repitió.

El diálogo entre generaciones convierte la historia en un puente hacia la reflexión y la esperanza. Fotografía: Kadir Polat

El abuelo continuó intentando justificar lo que, en el fondo, carecía de justificación. “Y años más tarde ocurrió la Guerra Civil Española…” Pero Hugo interrumpió: “¿¡Otra guerra!? ¿Qué querían conseguir con Cartagena esta vez?”

Ramón contestó: “Nada en particular, fue por ideologías, ya que unos eran de izquierdas y otros de derechas”. En ese momento, se distanció un poco de Hugo, quedándose en silencio y reflexionando sobre las respuestas de su nieto. Sabía algo que no iba a comentar: que, a pesar de todo el conocimiento y aprendizaje sobre los conflictos en la actualidad, la historia seguía repitiéndose.

Ramón reflexionaba sobre la cantidad de guerras bélicas que había en el mundo, aproximadamente veinte en ese momento. Comprendía que muchas de ellas eran el resultado de la ambición por el poder económico. Era consciente de que en una guerra no hay vencedores; todos pierden. En su mente resonaban frases célebres: “Cuando el poder del amor sobrepase el amor al poder, el mundo conocerá la paz” (Jimi Hendrix) y “No hay camino para la paz, la paz es el camino” (Mahatma Gandhi). También recordaba otra frase de Albert Einstein: “La paz no puede mantenerse por la fuerza. Solamente puede alcanzarse por medio del entendimiento”.

Sin embargo, a pesar de la sabiduría que le ofrecían esas citas, él se sentía impotente ante la destrucción y la matanza de víctimas inocentes, especialmente de niños. Su semblante cambiaba con estas reflexiones, hasta que nuevamente se acercó Hugo, rompiendo su ensimismamiento.

—¿Sabes una cosa, abuelo? —le preguntó Hugo.

—Dime —respondió Ramón, intentando cambiar su aflicción.

—Yo sé cómo cambiar el mundo para que haya paz —con total convicción.

— ¿Cómo? —preguntó Ramón, intrigado.

—Mira, cuando mi hermano me coge algo que es mío, debo pensar que todo lo que tengo es para compartir con los demás. Así, todos salimos beneficiados., por ejemplo, si yo comparto mis tres rotuladores con otros tres suyos, podré hacer un dibujo más bonito con seis colores.

La paz comienza en lo cotidiano: un gesto de compartir puede sembrar la semilla de un mundo mejor. Fotografía: Mick Di Perretta

Ramón sonrió. Conocía el modelo de economía del bien común, donde las empresas no compiten entre sí, sino que cooperan y se ayudan mutuamente para generar los mejores productos y mayores beneficios para el bien común.

—Pero también debes aceptar que tu hermano no es como tú; ya que tenéis gustos diferentes.

Parecía que Hugo comenzaba a entender el camino hacia la paz, sin embargo, preguntó de nuevo:

—¿Y los demás países no pueden hacer nada? ¿Quién tiene que parar una guerra?

Ramón, que había estado reflexionando, sabía que no tenía una respuesta convincente. Pensaba que quienes callaban o miraban hacia otro lado, ya fueran instituciones o gobernantes, eran cómplices de quienes disparaban. Era aún más doloroso pensar en aquellos países que vendían armamento para beneficiarse económicamente. Se sentía impotente ante tanto dolor y tanta hipocresía.

Pero entonces, sintió que, él podía contribuir a la paz con pequeños gestos de comprensión en su entorno, contribuyendo a fomentar el diálogo y la paz en su comunidad, eran pasos importantes. La paz no era solo la ausencia de guerra; era un proceso continuo que comenzaba en cada uno de nosotros.

M.ª Pilar Rueda Requena. Escritora. Presidenta Asociación Valenciana economía del bien común.

En ese momento, Ramón miró a su nieto y le dijo:

—Quizás, la respuesta reside en cada persona. Si todos compartiéramos un poco más, si aceptáramos nuestras diferencias en lugar de temerlas quizás podríamos contribuir a un mundo más pacífico.

Hugo sonrió, comprendió que la paz no era una meta inalcanzable, sino un camino que iniciaba desde su propio corazón y al que él le iba a poner la mejor intención para lograr que el mundo fuera mejor.

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