Cuando la herida se convierte en creación: el arte como lenguaje de sanación y resistencia.
Por Claudia Benítez
HoyLunes – La violencia habita en nosotros como una sombra antigua, anclada en nuestra memoria; a veces se mete en nuestra piel en la forma del miedo, otras se enciende en la sangre como ira y en ocasiones se instala en nuestro pecho como un dolor mudo. A veces caminamos cargando la impotencia ante estas emociones que nos desbordan, sin encontrar salida, volviéndose un cuchillo contra nosotros mismos o contra los demás; la frustración crece y nosotros estamos desarmados frente al dolor.
Es entonces cuando el arte aparece como un respiro. Un lienzo, un cuaderno, un tambor, un cuerpo que se mueve se transforman en un canal seguro para procesar y liberar aquello que, de otro modo, podría volverse dañino dentro de nuestra individualidad naciente. Esos momentos en los que nuestras experiencias se quedan atrapadas en nuestro vientre, resultando difíciles de narrar. Nacemos de nuevo en ese cauce secreto donde lo imposible encuentra camino para salir. Allí, la expresión viene a liberar nuestro cuerpo; pintar dice en color lo que la voz calla.

Escribir desata los nudos de la garganta. Bailar es devolver al cuerpo la memoria de su libertad. La música recoge los pedazos dispersos de quienes cargan dolores demasiado pesados. En una orquesta, un joven aprende que su rabia puede transformarse en melodía; en un taller de danza, una comunidad entera descubre que sus cuerpos no solo recuerdan golpes, también saben volar.
Cada trazo, cada palabra, cada movimiento es un acto de vida contra la herida, sublimando nuestros dolores hasta transformarlos en emociones claras y productivas. El acto creativo abre un espacio para “decir sin decir”, para transformar el trauma en metáfora, haciendo belleza desde el dolor.

La expresión artística no solo trata de regular la violencia, también la denuncia. Cuando las comunidades desarrollan talleres de pintura o escritura, brindan apoyo a innumerables personas que intentan reinsertarse en la jungla social. Muchos colectivos trabajan con jóvenes en riesgo de caer en dinámicas violentas, ofreciéndoles la danza y la música como alternativas expresivas frente a la violencia cotidiana. Proyectos como las orquestas juveniles como “El Sistema” en Venezuela o proyectos similares en Colombia y México canalizan la energía hacia el aprendizaje y la creación colectiva.

La catarsis artística, cuando se multiplica, contribuye a un entorno más pacífico. Se transforma en fuerza colectiva. La violencia no desaparece; ella encuentra otra forma de existir. Quienes procesan sus traumas mediante el arte no solo se liberan de cargas internas, sino que se vuelven menos propensos a reproducir la violencia que sufrieron. Crear es también reclamar un territorio propio. La violencia arrebata la certeza de estar en seguridad; el arte nos la devuelve y en esa decisión, pequeña y poderosa, se empieza a sanar la fractura. No se trata de olvidar; la comunidad que canta sus heridas no es la misma que guarda silencio. Al darle un cauce constructivo a lo que duele, se suaviza la violencia, la nombra, la enfrenta y la transforma.
Feliz retorno de vacaciones.

#hoylunes, #claudia_benitez,