Una enfermedad lenta y discreta avanza sin levantar alarmas, empujada por factores cotidianos como la hipertensión, la diabetes, la mala alimentación y el sedentarismo. Este reportaje explora cómo la enfermedad renal crónica se ha convertido en uno de los desafíos sanitarios más urgentes, por qué pasa desapercibida durante años y qué podemos hacer —desde nuestros hábitos diarios hasta el uso responsable de los recursos públicos— para frenar su impacto.
Por Any Altamirano
HoyLunes – Hay enfermedades que llegan con estruendo, y otras que prefieren el silencio. La enfermedad renal crónica pertenece a este último grupo: lenta, discreta, casi invisible… hasta que la vida empieza a perder ritmo. En los últimos años, investigadores internacionales advierten que el daño renal está creciendo más rápido de lo esperado, impulsado por factores que conocemos bien: diabetes, hipertensión, obesidad, sedentarismo y una cultura del “ya lo miraré mañana” que aplaza lo urgente.
Lo alarmante no es solo el aumento de casos, sino que la mayoría de las personas no sabe que la padece hasta fases avanzadas. Los riñones no duelen; simplemente dejan de cumplir su función con la precisión de antes. Y cuando el cuerpo empieza a acumular toxinas, las señales aparecen tarde: cansancio extremo, hinchazón en piernas y cara, picores, cambios en la orina o falta de apetito. Para muchos, demasiado tarde.
Una amenaza global con rostro español
Los informes internacionales hablan de una enfermedad que afecta a cientos de millones de personas en el mundo. Pero España no es ajena a esta tendencia. En consultas de Atención Primaria del país entero —desde Galicia hasta Andalucía, pasando por Madrid, Cataluña y la Comunitat Valenciana— se observa el mismo patrón: cada año, más pacientes son diagnosticados con daño renal relacionado con estilos de vida que podrían haberse corregido a tiempo.
La prevalencia de diabetes tipo 2 y de hipertensión crece, especialmente en adultos a partir de los 45 años, y eso se traduce en más riñones dañados y más riesgo de necesitar diálisis o trasplante en un futuro no tan lejano. Aunque los servicios de nefrología españoles son reconocidos por su calidad y acceso universal, la carga asistencial aumenta, y con ella la urgencia de reforzar la prevención.

El mapa español muestra contrastes: regiones con más envejecimiento, zonas rurales con menor acceso a revisiones periódicas y contextos urbanos donde el estrés, la alimentación rápida y la falta de descanso se combinan en un cóctel peligroso. La enfermedad renal crónica no entiende de provincias: avanza allí donde los hábitos la favorecen.
La prevención no es un lujo, es una estrategia de vida
La buena noticia es que el daño renal puede evitarse o retrasarse con hábitos sencillos y sostenibles:
Mantener una buena hidratación
Escuchar al cuerpo y beber agua de forma equilibrada, evitando refrescos azucarados y excesos de cafeína.
Control regular de la tensión arterial
Una revisión anual puede marcar la diferencia entre un riñón sano y uno silenciosamente dañado.
Revisar la glucosa
Especialmente en personas con riesgo de diabetes o antecedentes familiares.
Reducir sal y ultraprocesados
La sal está escondida en alimentos cotidianos. Leer etiquetas es una forma de autocuidado.
Actividad física diaria
Caminar entre 20 y 30 minutos al día puede mejorar el control de la glucosa, la presión arterial y el peso.

Evitar la automedicación
Antiinflamatorios y analgésicos comunes pueden dañar los riñones si se usan sin control médico.
Un sistema sanitario que ofrece recursos… y una ciudadanía que debe usarlos
España cuenta con una red pública que permite prevenir y diagnosticar el daño renal con pruebas simples.
Centros de salud: control de tensión, análisis básicos y seguimiento de pacientes.
Programas de cronicidad: educación sanitaria para personas con diabetes o hipertensión.
Nefrología hospitalaria: consultas y pruebas avanzadas.
Farmacias: medición rápida de tensión y asesoramiento.
Ayuntamientos y asociaciones: talleres, charlas, caminatas saludables, campañas de prevención.
La infraestructura existe. El reto está en el compromiso colectivo.
Una llamada a la responsabilidad compartida

La enfermedad renal no debería ser un descubrimiento tardío. No necesita dramatismo, pero sí atención. En un tiempo en que las enfermedades silenciosas crecen al mismo ritmo que nuestras agendas, recuperar el hábito de cuidarnos —de forma sencilla, cotidiana y consciente— puede cambiar destinos.
Quizá la mayor lección que deja esta alerta internacional es la siguiente: la salud no se mantiene sola. Se alimenta de decisiones pequeñas, de revisiones a tiempo y de una cultura ciudadana que entienda que prevenir es un acto de responsabilidad personal y comunitaria.


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