En este siglo XXI, llegan de Venezuela mujeres, hombres y niños cargados con las mochilas de ropas y ojos de lágrimas. Muchos de ellos tienen una sonrisa, pero detrás de sus labios, hay un sufrimiento. Todos buscan darse una oportunidad de vida.
Por Moisés Cárdenas
Hoylunes – Escribir un libro no es tarea fácil, no es soplar botellas, ni muchos menos atarse los zapatos, es más fácil volar una cometa y verla sobre las nubes y sea ella la que nos lleve a pensar las páginas de un libro. ¿Acaso en una cometa no está la esperanza? De niño solía ir al parque, esperaba el viento y hacía volar mi cometa que construía mi madre. Cuando veía en el aire la cometa se unía con los pájaros en libertad. Contarles esta experiencia maravillosa, me hizo soñar con viajar y conocer el Machu Pichu, en Perú para vislumbrar la arquitectura del antiguo pueblo Inca, donde se alzaba el Sol. Cuando logré realizar ese sueño de visitar Machu Pichu por allá en el 2007, meditaba sobre las sociedades que van y vienen, algunas surgen en el esplendor, otras desaparecen y están las que sobreviven en hecatombes. Y este pensamiento estuvo conmigo durante mucho tiempo hasta que tuve que dejar mi terruño y emprender otros horizontes.
En el génesis de «Los ojos de un exilio»
Estando ya en Córdoba, Argentina, conocí a muchas personas de la comunidad venezolana. Un día mientras caminaban por la ciudad Docta, así la llaman, ciudad de cuentos andariegos, bañada por los encantos del típico Barrio Alberdi y la plaza Colón, comprendí que es un lugar donde recibe entre sus brazos las miradas de los venezolanos, una comunidad de inmigrantes que ha llegado a estas tierras no por el cuarteto ni por el folclore, sino porque el paisaje de las sierras, el cielo despejado de los otoños y un no sé qué enclavado en la ciudad ha sido el lugar en donde reposaron sus angustias.
Ente los tantos inmigrantes que llegaron a Córdoba, está Irina. Ella me contó con una voz entrecortada, que había llegado en abril del 2017. El motivo fue la salud de su hijo Santander que tenía parálisis cerebral infantil. Como necesitaba terapias de rehabilitación y en Venezuela no era viable, ella hizo todo lo posible e imposible para sacar a su hijo del país. Buscó todas las opciones y encontró que Córdoba era el lugar endonde reposarían sus preocupaciones. Aquí Irina encontró un amor que la acompañó con calor entre sus manos, mientras los ojos de Santander agradecían el esfuerzo de su mamá y el de su pareja.
Aunque pasado el tiempo viviendo entre incertidumbres y desvelos, en el fondo sus voces están con los sonidos de los zorzales que los visitan en los jardines del hospital, donde mañana tras mañana van hacia la terapia; madre e hijo, buscando un sol en sus corazones. Los ojos de Irina se fijan en las manos y piernas de su pequeño, y siente un nudo en la garganta cuando él un día le dijo: «Mami yo quiero caminar solo, sin andador».

Aquí en Córdoba, los inmigrantes han encontrado suspiros y recuerdos. En las primeras décadas del siglo XX, muchos se asentaron en estas bellas tierras. Tejieron gotas de sufrimientos, levantaron casas y palpitaron las calles. Llegados de varios lugares del mundo, los inmigrantes abrazaron sus huesos y buscaron coronas de rosas.
En este siglo XXI, llegan de Venezuela mujeres, hombres y niños cargados con las mochilas de ropas y ojos de lágrimas. Muchos de ellos tienen una sonrisa, pero detrás de sus labios, hay un sufrimiento. Todos buscan darse una oportunidad de vida. Escuchar las calamidades que padecen los inmigrantes venezolanos, nicaragüenses, cubanos y de otras partes de mundo, me llevó a conocer a Lisa. Una joven profesional de Mercadeo, vivía en la ciudad de Valencia (Venezuela). El alto costo de vida en Venezuela no la dejaba alimentarse bien, el sueldo no le alcanzaba, aunque los supermercados estaban llenos. Notó que en un país socialista algunos que ostentan el poder tienen abundancia y casi toda la población trabajadora tienen hambre. Lisa necesitaba medicamentos. Un día su médico le dijo que su enfermedad Esclerosis Múltiple, alias EM, conocida como la enfermedad de las 1000 caras, ya no podría tratarse en Venezuela. El profesional de la salud, le manifestó la idea de inmigrar. Y fue así que Lisa buscó un lugar para curarse y algunas personas la ayudaron a elegir Córdoba, Argentina. Lisa, en una mañana de otoño sentada en una banca de un hospital, miró las paredes del edificio y pensó en los enfermos de su país, donde se descomponen por falta de insumos, perforando las flores de primavera. Ella busca la luz.

Muchos tienen que dejar su terruño y con sus ojos sobre un pasaporte. Como escribí: buscan piedras para levantar huesos en una nueva resurrección / en lejanas tierras quiméricas / sobre el puente caminan cuerpos / sin vuelta atrás / ante la mirada de una tela destejida.
#hoylunes, #moises_cardenas,