De Madrid a Cádiz y de la Costa Brava a las Islas Canarias, las nuevas tendencias de belleza para los meses fríos dialogan con la luz mediterránea, el clima diverso y las costumbres sociales españolas. La temporada se viste con una mezcla de sutileza y emoción que nos recuerda que, en este país, incluso en invierno, la estética es un reflejo del modo de vivir.
Por Any Altamirano
HoyLunes – El brillo satinado se convierte en la piel en un reflejo de esa luz suave que sigue acariciando ciudades como Sevilla o Valencia cuando el resto de Europa se envuelve en grises. Un iluminador fluido aplicado en pómulos y arco de cupido acompaña cafés de media mañana en terrazas soleadas, devolviendo a la piel un resplandor que no busca exagerar, sino dialogar con el sol.
En el cabello, el lujo de lo imperfecto se impone con una naturalidad que parece heredada de la propia geografía. Ondas suaves que el viento levantino moldea en Cádiz, recogidos bajos que se aflojan entre bailes en un cortijo andaluz, mechones que la humedad atlántica riza sin pedir permiso en Galicia. No hay rigidez, solo una elegancia que se siente vivida, como si el peinado fuera el resultado de un día bien aprovechado.

Los acabados escarchados regresan con un toque nostálgico, trayendo a la memoria los amaneceres helados del norte y los cielos perlados de diciembre. Un destello plateado en los párpados, combinado con un jersey crudo y un paseo por la playa de la Concha, se integra de manera natural en paisajes donde la luz invernal es casi líquida y las calles empedradas se iluminan con guirnaldas navideñas.

El romanticismo impregna el maquillaje, narrando historias con cada color. Las mejillas se tiñen del rosa que deja el aire frío tras caminar por la Sierra de Guadarrama; los labios, del burdeos profundo de un vino joven en La Rioja; las sombras, de los tonos cálidos que se cuelan entre los arcos de la Alhambra al caer la tarde. Todo respira un aire de intimidad y emoción, como si cada rostro contara su propia novela.

En un país de microclimas y diversidad paisajística, estas tendencias se adaptan con una facilidad casi instintiva: más luz y frescura en la costa mediterránea, más contrastes y matices en el norte, más calidez en el sur. Y siempre con esa versatilidad que exige la vida social española, capaz de pasar del sol del mediodía a una sobremesa eterna sin perder un ápice de encanto.
El otoño-invierno 2025 no pide disfraces ni transformaciones radicales; invita a realzar lo que ya tenemos, abrazando la luz, el clima y las costumbres que nos definen. Porque, al final, la belleza en España no se lleva puesta: se vive.

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