Cuando el amor se viste de invierno

Vete sin mirar atrás. No me des un «tal vez», no me dejes promesas vacías que pesen en mi alma.

 

Por Ehab Soltan…… De (Limonero2)

Hoylunes – La habitación estaba en penumbra, iluminada apenas por la luz tenue de la farola que entraba por la ventana. Afuera, la lluvia caía con una cadencia lenta, pausada, como si el cielo mismo dudara entre llorar o callar. Él estaba sentado en el borde de la cama, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida en el suelo.

Ella estaba de pie junto a la puerta, con una mano sobre el picaporte, temblorosa. No era el frío, no era la lluvia. Era la despedida contenida en su pecho, era el peso de las palabras que aún no se atrevía a pronunciar.

—Mírame —susurró él, con la voz quebrada.

Ella cerró los ojos por un instante antes de obedecer. Pero no lo miró como antes. No con esa intensidad que alguna vez lo hizo sentir invencible, no con la chispa que iluminaba hasta la más oscura de sus noches.

—Dímelo de frente —pidió él—. No con silencios. No con esta distancia helada que nos envuelve.

Ella bajó la vista, y él supo que ya no había marcha atrás. Había sentido su cuerpo cansado en cada abrazo, su boca esquiva antes de cada beso. Y ahora, la certeza lo atravesaba como un puñal: ella quería irse.

—No sé cómo decirlo —susurró ella, su voz apenas un eco.

Él se levantó, caminó hasta ella con el corazón latiéndole en los oídos. Quiso tocarla, pero algo en su postura le advirtió que ya no era suya. Ya no.

—No necesitas explicarlo —dijo, con una sonrisa triste—. Ya lo sé.

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Ella apretó los labios y dejó caer un suspiro ahogado. Parecía querer llorar, pero se contuvo. Él tampoco lo haría. No esta vez.

—Si te vas, vete sin mirar atrás. No me des un «tal vez», no me dejes promesas vacías que pesen en mi alma.

Ella parpadeó, su respiración se hizo irregular.

—Y si un día vuelves… —continuó él, acercándose solo lo suficiente para verla temblar—. Si pronuncias mi nombre con la voz rota y el arrepentimiento en la mirada…

Se detuvo un segundo, dejando que las palabras se asentaran en el aire espeso de la habitación.

—Sabrás que te seguiré queriendo. Quizás más. Quizás demasiado.

Ella contuvo el aliento, como si por un instante quisiera cambiar de decisión. Pero no lo hizo. Solo giró el picaporte, abrió la puerta y se marchó.

Él se quedó allí, de pie en medio de la habitación, escuchando el eco de sus pasos en la escalera. Afuera, la lluvia seguía cayendo. Lenta, pausada, como si el cielo dudara entre llorar o callar.

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