Mientras crece la demanda de contenido multilingüe, la figura del traductor sigue siendo ignorada, precarizada y desprotegida, aunque su labor sea fundamental para que la cultura circule.
Desde la realidad de Julia, traductora literaria entre dos lenguas, emerge una reflexión urgente sobre el valor de las palabras, el respeto al oficio y las condiciones laborales en España.
Por Ehab Soltan
HoyLunes – Era un sábado tranquilo. Llevaba semanas queriendo ver a Julia, una amiga que traduce libros del español al alemán. Nos encontramos en una pequeña cafetería del centro de Valencia. Ella llegó puntual, con una libreta bajo el brazo y ese gesto sereno que la caracteriza.
¿Qué tal va la última novela? —pregunté con entusiasmo.
Terminada… y sin dormir desde el miércoles. —sonrió, aunque en sus ojos asomaba el cansancio.
Ahí comenzó una conversación que, sin proponérnoslo, se convirtió en algo más que una charla entre amigos. Era un testimonio de una realidad silenciada.
¿Sabías que el traductor rara vez aparece en la portada? —me dijo—. “Y cuando aparece, es con letra minúscula, como si no importara”.
Me lo decía con tristeza, pero sin amargura. Julia ama lo que hace. Pero también sabe que el amor a un oficio no debería implicar asumir condiciones injustas. Y sin embargo, lo hace.
Julia no trabaja en una gran editorial. Es freelance. Como muchos. Cobra entre 3 y 7 céntimos por palabra, dependiendo del cliente. A veces, incluso menos. “Un libro puede darte mil euros por meses de trabajo. Después de impuestos, autónomos y alquiler, te queda poco más que el agradecimiento del editor… si llega”, confiesa.

En España, solo el 9 % de los traductores vive exclusivamente de la traducción. El resto sobrevive a base de combinarla con clases, correcciones o subtitulados. El ingreso promedio no llega a los 1.400 € al mes, muy lejos del salario medio.
Y sin embargo, todo el contenido que consumimos: películas, series, videojuegos, manuales técnicos, leyes europeas, entrevistas de prensa extranjera, literatura… todo pasa por la mente y el criterio de un traductor.
Traducimos el mundo sin aparecer en él, dice Julia.
Hay asociaciones profesionales que intentan cambiar esto. Reclaman tarifas dignas, reconocimiento como autores y regulación del sector. Pero el camino es lento. Falta voluntad institucional.
En la universidad te hablan de Cervantes, de la riqueza del español, del poder de los matices. Pero nadie te prepara para vivir de esto. Para luchar con plataformas que te ofrecen 0,02 €/palabra. Para que la editorial te diga que la portada es solo para el autor original, me dice Julia mientras revuelve su café.
Y lo peor, asegura, es la soledad. “Somos cientos trabajando desde casa, sin respaldo, sin red”.

¿Y qué opinas de la inteligencia artificial? —le pregunté.
No es una amenaza si se usa bien. Pero si las editoriales y empresas empiezan a usarla para reemplazar el trabajo humano sin revisión profesional, sí lo es. La IA no siente el idioma, no entiende el humor, no detecta la ironía. Traduce, pero no interpreta.
Julia teme que, bajo la excusa del ahorro, se pierda calidad, se degrade el lenguaje, y se devalúe aún más el trabajo humano.
La IA puede ayudarte, pero no puede reemplazarte si lo que buscas es transmitir alma.
El compromiso de Julia es indiscutible. A pesar de todo, sigue traduciendo. Pero sabe que no todos resisten. Muchos colegas han abandonado. Otros se han ido del país. Algunos han enfermado por estrés.
Yo traduzco porque me siento parte de algo. Pero eso no significa que no duela. Lo que queremos no es privilegio, es dignidad.
Antes de despedirnos, me regaló una frase que llevaba escrita en su libreta:
«Una buena traducción pasa desapercibida. Pero quien la hace no debería ser invisible»
La historia de Julia no es solo suya. Es la de miles de traductores en España. Y desde «HoyLunes«, creemos que nombrarlos es el primer paso para dignificarlos.
Los traductores no solo convierten palabras: construyen puentes. Y como cualquier puente, merecen cimientos sólidos: reconocimiento, tarifas justas, y una protección legal que los acompañe. Porque un país que no cuida a quienes traducen su cultura es un país que se queda sin voz.
#hoylunes, #ehab_soltan,