El arte como refugio y archivo: una vía para transformar el dolor y la alegría en memoria compartida.
Por Claudia Benitez
HoyLunes – La vida humana parece estar marcada por una constante oscilación. A veces nos encontramos atrapados en el sufrimiento, en la frustración que genera la punzada de un abandono, de un dolor, de un deseo insatisfecho; otras veces nos enfrentamos al aburrimiento, cayendo en la huella que deja el deseo cumplido, ese vacío que aparece cuando ha sido colmado.
Hay quienes han descrito esta dinámica como la esencia de nuestra condición, olvidando quizás que entre ambas orillas también arde la alegría: una chispa inesperada que nos recuerda que no todo se reduce al dolor ni al vacío.

Es precisamente en ese terreno intermedio donde surge el arte. No como pasatiempo fugaz, el arte se convierte en un puente que nos permite atravesar el oleaje sin naufragar en él, transitar estas oscilaciones sin quedar atrapados en ellas. El arte se ofrece como un respiro frente al sufrimiento o como un antídoto contra el tedio, contra el vacío del aburrimiento; también puede surgir como la expresión más alta de la alegría que brota del amor y del deseo realizado. Al contemplar una pintura, escuchar una melodía o escribir un poema, nuestra atención se desplaza: dejamos de fijarnos solo en la carencia, en la falta o en el vacío y nos abrimos a una experiencia estética que nos eleva, aunque sea de manera momentánea, por encima de nuestra condición humana.

Así, el arte se revela como un gesto vital. No se limita a entretenernos o distraernos: nos invita a habitar el umbral entre dolor y júbilo, entre tedio y esperanza, y allí transformar todo en belleza, en sentido, en posibilidad de encuentro. Cada creación nos recuerda que somos capaces de traducir lo efímero de nuestras emociones en algo que trasciende y perdura.
El arte no solo nos salva del instante presente, ni se agota en él. Una de sus dimensiones más poderosas es su capacidad de construir memoria. Cada obra conserva una huella —del dolor atravesado, del amor vivido, del miedo superado, de la esperanza que alguna vez nos sostuvo—. Al erigirse en símbolo, lo vivido se preserva y se reinventa. El arte nos devuelve nuestras experiencias, nuestra historia bajo otra luz, invitándonos a reinterpretarlas y a compartirlas con otros.

Así entendido, el arte es a la vez refugio y archivo. Refugio, porque nos protege del vaivén de nuestras emociones, nos permite escapar momentáneamente de la oscilación entre sufrimiento y aburrimiento. Archivo, porque preserva las huellas de lo que somos y las proyecta hacia el futuro. En esa doble función, el arte nos acompaña en nuestro movimiento perpetuo, dándonos la posibilidad de recordar, resignificar y, sobre todo, de seguir creando.
Que tu regreso a lo cotidiano sea también el regreso al asombro: que la rutina no sea mera repetición, sino semilla de crecimiento, de aprendizaje y de momentos que valgan la pena ser recordados.

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