La sopera VII: El eco bajo la frontera

Un relato de fronteras visibles e invisibles, donde una llamada inesperada desata un hilo de miedo, lealtades rotas y secretos hundidos que obligan a Youssef a caminar entre dos fuegos —el de la verdad y el de los hombres que la esconden.

 

Por Nuria Ruiz Fdez

HoyLunes – La llamada entró a media tarde, cuando el cielo tenía ese color de agua sucia que anuncia cambios. Youssef escuchó a la madre.

—No sé qué hacer, … —dijo ella sin preámbulos—. Ha llamado… Lucía. Yo no… yo no entiendo nada.

Youssef cerró los ojos un instante. El silencio le dio un segundo de aire.
—Margarita, tranquila. ¿Qué le ha dicho exactamente?
—Que deje la casa. Que me vaya de aquí, pero yo no sé dónde ir, no tengo a nadie y no me iré hasta que que ella esté conmigo de nuevo, y … una frase que me ha dejado intrigada. Ella no suele hablar así…

—Qué le ha dicho exactamente, Margarita, por Alá, dígamelo.
—Me ha dicho: Soy fuerte como una roca, tú eres mi faro y el miedo está alto. —La voz se le quebró—. Ella me quiere decir algo con esa palabras pero no sé.

Él apretó la mandíbula.
—Escúcheme bien: no se mueva de ahí. No abra la puerta a nadie. Voy para allá.

La voz de Margarita aún temblaba en el teléfono cuando Youssef guardó el móvil en el bolsillo. Cuando colgó, la casa parecía más pequeña. Acercó su mano a la sopera y esta le devolvió un poco de calor humeante, como si comprendiera su miedo. Margarita acercó la otra, las dos manos la sujetaban como si aquel viejo recipiente fuera el único ancla que le quedaba en este mundo que se resquebrajaba bajos sus pies. Y lloró en silencio tragándose sus propias lágrimas.

Un lugar aparentemente corriente donde los destinos se cruzan sin ruido.

El Aqa es una cafetería moderna cerca de la frontera de Gibraltar, en territorio español, un lugar de moda donde se concentra lo más actual de La Línea. Mesas de estilo retro, decoración minimalista y luz que entra limpia por la gran cristalera que la rodea, mientras el murmullo de voces mezcla español, inglés y llanito, recuerdan que allí la ciudad respira entre dos mundos.

Youssef eligió una mesa del fondo, de cara a la puerta. No quería sorpresas.

El andaluz llegó tarde, como siempre. Caminaba con esa chulería tranquila de quien cree que todo el mundo gira a su alrededor, con esa mezcla de gracia y peligro que te hace dudar si reír o temer. Se llamaba Manolo, aunque todos lo conocían por “El Moreno”, y su presencia llenaba la cafetería con la misma facilidad con que un viento cálido atraviesa el estrecho. Iba vestido con un chándal oscuro de marca, impecable, y un cordón de oro grueso colgaba de su cuello. Se le notaba en cada gesto un aire como de estar acostumbrado a que la gente le obedeciera sin preguntas. Era la mano derecha del llanito, ese al que todos apodaban Hawk, quizá por la nariz afilada y esa mirada que escrutaba a cada uno como esa ave carroñera que ha aprendido a sobrevivir.

—¡Yus, hermano! —saludó con un apretón de manos y unas palmadas en la mejilla—. Vaya, ya veo que te ehtá haziendo viejo de éhperá.

—No te voy a engañar, Moreno… me estaba empezando a preocupar —respondió Youssef, intentando mantener la calma.

—Bah, dramático como siempre. ¿Y la madre qué? —dijo Manolo, con su acento ancho, ladeando la cabeza mientras tomaba asiento.

—Asustada. No sabe qué hacer. No quiere que le pase nada a su hija, —contestó Youssef despacio—, ni yo tampoco.

Manolo sonrió, con una sonrisa torcida mezcla de ironía y amenaza.

—La niña ehtá bien —mintió con naturalidad—. Pero jace falta que tú convenzas a la madre de que se pire de esa casa, ya. Hay que sacarla de ahí cuanto antes.

—Si es por Lucía, lo hago —aseguró Youssef—. Pero, Moreno, —bajó la voz— la mercancía podéis sacarla cuando queráis, yo me la llevo todo el día fuera y tenéis tiempo de descargar. Ellas no tienen donde irse, no son de aquí, no tienen dinero, no pueden quedarse en la calle. ¿Lo entiendes? —suplicaba en un intento de convencerlo.

Manolo apoyó los codos sobre la mesa y miró a uno y otro lado, cargando cada palabra de tensión:

—El que no entiende ére tú, zoquete, no es hoy, ni mañana, éh siempre, éh la mejor guardería que hemos encontrao déhde haze tiempo, allí no vigilan, la casa éh de un concejal del ayuntamiento de San Roque, y los picoletos ni se acercan. —Escupía las palabras entre diente—. Él, por supuesto, no sabe , pero tó er mundo sabe que éh suya. Ademá, no solo éh la mercancía, me tiene que hacé un favó, hermano.

—¡Encima! ¿Más favores? ¿No has tenido suficiente? Si no fuera porque me tenéis secuestrado a mi hermano en Tánger, yo no habría hecho esto. Yo quiero a Lucía y no quiero que le pase nada. Y quiero ver a mi hermano conmigo pronto.

La amenaza velada, el poder oculto y el peso del secreto.

El Moreno lo miró con una calma espesa, de esas que hacen arder el estómago antes que los oídos. Luego sonrió, ladeó de nuevo la cabeza como un gato callejero que ha encontrado un ratón distraído.

Se inclinó hacia adelante y bajó la voz hasta convertirla en un siseo.

—Esta noche baja al sótano de la casa y búhca un tubo de latón, un cilindro escondío. Si está donde creo que está, lo veráh rápido. Mañana me dices si sigue allí.

Youssef arqueó una ceja, desconcertado.

—¿Qué tubo? ¿De qué hablas, Moreno?

—Hablo de coza que a ti no te importan, eze tubo lo dejó allí alguien hace muchoh tiempo. Y si algui

en lo encuentra ante que nojotro mete en un lío que ni tú ni yo queremo.

Se echó hacia atrás en la silla y entrecerró los ojos `por unos segundos.

—La shavala depende de ti, Yus. Y ahora también… eze tubo.

—Pues no haré nada hasta que me digas qué es, si no, ve tú y búscalo.

—Tranquilo, hermano —murmuró—. Y éhcúchame bien, te voy a contá algo, pero zi zale de aquí, te rebano los guevos, ¿entendío? Mira, shaval, eze cilindro lo réhcataron de un pecio en la Bahía…

—¿Un pecio? ¿Y qué contiene? —Youssef no podía creer lo que escuchaba, la cosa se le estaba complicando.

—Hermano, no te puedo explicar , solo que zi cae en ótra mano, medio gobierno de Gibraltar se jinca pa´l zuelo, ahora mismo nosotro tenemo controlá la situación, porque está en nuestro podé, como desaparezca, la hemos liao, ¿entiende? —El Moreno chasqueó la lengua con impaciencia—. Si el tubo eze no éhtá, la vía de Lucía correrá peligro, no zoy yo quien marca las reglas.

La sangre se le enfrió de golpe.

—Dime qué hay dentro, si pongo mi vida en peligro por lo menos que sepa por qué —pidió Youssef—, o no doy un paso.

El Moreno se acercó un poco más a la oreja del joven.

Éhcusha, shaval. Un navío británico de 80 cañones llamado Zussex, o algo así, se hundió en una tormenta cerca de Gibraltar el uno de marzo de 1694. Se éhpecula que tráhportaba una carga mú valioza, incluyendo oro y plata. Pero lo importante de tó zon úna carta diplomática, prueba de que los hijoputa del gobierno llanito hizieron tratos sucios con algún mindundi del gobierno españó pa tapar operaciones chunga en la bahía. Si ezo zale a la luz…el gobierno de Gibraltar y el nuestro se va al puto carajo. —Hizo una pausa, saboreando sus propias palabras—. ¿Me sigue?

—Sí, pero no entiendo, si se hundió, ¿qué tiene que ver con ustedes?

—Mira, hermano. Pregúnta musho, ¿zabe? Te lo cuento y no me vuelva a preguntá ¿ok? —Youssef asintió con la cabeza—. Hay díputa zobre zi los restos del pecio están en aguas españolas o internacionales, pero a ninguno de los dos países le interesa encontrarlo. La verdad de éhta película éh que solo zobrevivieron dos tripulantes, el capitán y su hijo. Llegaron a la playa de Levante y de allí huyeron hasta Algeciras. Y ahí se perdió la pista.

—¿Y? —Youssef seguía sin relacionar toda aquella historia.

Po que el capitán antes de morí en Tánger le dio éhza carta a zu hijo, en el lecho de muerte, y éhte, que no sabía pa qué servían ni el poder que podía tené, se las jugó a la carta en un tugurio de Campamento y por cosas que no ni me incumben, cayó en manos de Hawk, el llanito más listo de la roca. —Una camarera llegó para preguntarles si querían algo más de beber, y el Moreno sin consultar, pidió “Dos Juanito el Caminante con hielo” y le guiñó un ojo a la joven, para seguir después con su historia—. Y ¿zabe? los tiene a tos cogío por los guevos con estos papeles y gracia a ezo el tráfico de lo que nó intereza circula a nuestro antojo por esta zona, gracia a la voluntad de uno y otro, siempre que no salgan a la luz ezos papelitos de los cojones, así que ya , no ze pueden perdé por del mundo.
Youssef lo entendía, muy a su pesar. No pudo responder, la lengua se le había quedado pegada al paladar.

—Mañana, hazme una perdía y sabré que éhtá a recaudo en su sitio, de dónde no debe zalí, zi no me jace la perdía querrá decí que no éhtá donde debería y tendremo problema, shaval. La chica y tu hermano dependen de ti, Yus.

Youssef asintió de nuevo, mudo. Y el Moreno le dio un último sorbo al whisky, se levantó estirándose los pantalones y se marchó, dejando tras de sí un olor a perfume rancio y dos billetes de cincuenta sobre la mesa.

El pasado que irrumpe bruscamente en el presente.

Youssef fue a la casa de Margarita cuando ya caía la tarde. Le pidió permiso para quedarse a dormir.

—Así mañana salgo temprano a buscar a Lucía —le explicó—. ¿No le importa?

Margarita asintió. Sus ojos estaban en otra parte, en un temblor antiguo que ella misma no sabía cómo nombrar. Solo dijo:

—Haz lo que tengas que hacer, Youssef. Pero tráeme a mi niña.

Margarita trasteaba en la cocina de un sitio para otro, Yousef, sentado delante de la sopera, la veía moverse sin sentido.

—¿La ayudo?

—No, —Margarita escondía sus ojos acuosos y seguía con su trajín—, ya está preparada la cena, ¿tienes hambre?

Cenaron en silencio un revuelto de espárragos y un poco de arroz con leche.

—Youssef, te puedes quedar en la habitación de Lucía, seguro que a ella no le importa… ¿Puedo acompañarte mañana? —le disparó la pregunta sin darle opción a pensar la respuesta— ¿A qué hora salimos?

A Youssef le sorprendió, pero no le quitó las ganas; tenía algo más importante que hacer esa noche y era lo único que le ocupaba sus pensamientos en ese momento.

Continuará…

Nuria Ruiz Fdez. — Escritora

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