Más allá del brindis y el estruendo, el fin de año nos susurra una invitación pendiente: habitar el silencio, nombrar lo herido y descubrir que el perdón no es un olvido, sino el equipaje ligero que necesitamos para volver a empezar.
Por Claudia Benítez
HoyLunes – El tiempo no hace ruido, el año no anuncia su cierre, se repliega sobre sí mismo en un momento en que se busca descanso, simplemente invitándonos a detenernos. En medio de una vida atravesada por transformaciones aceleradas, este instante nos alcanza con una pregunta silenciosa: ¿cómo estamos habitando nuestros vínculos? La rutina cambió, las formas de comunicarnos se multiplicaron, pero algo esencial quedó a menudo suspendido entre palabras dichas a medias y silencios que se hicieron costumbre.
En este contexto el amor, el perdón y la reconciliación aparecen como actos profundamente humanos y necesarios. No como gestos idealizados, sino como procesos reales que comienzan con la palabra.

Nombrar lo que dolió, reconocer errores, expresar límites, agradecer lo recibido: todo ello libera emociones contenidas y abre la posibilidad de transformar vínculos que se han ido desgastando en medio de la prisa y la desconexión. La reconciliación sucede como producto de un proceso delicado, hecho de pausas, de escucha, de disponibilidad interior.
En una sociedad que aprendió a responder rápido y a escuchar poco, estos gestos sencillos adquieren una densidad inesperada.

Los cambios sociales modificaron nuestras rutinas, también alteraron nuestra forma de estar con los otros. Nuestras relaciones quedaron detenidas en la distancia, suspendidas en silencios prolongados, no siempre por falta de amor, sino por cansancio, miedo, malentendidos que nadie supo o pudo nombrar, en distancias que no siempre fueron elegidas. Este tiempo nos ofrece la posibilidad de mirar esas relaciones sin dureza y preguntarnos qué merece ser restaurado, qué necesita ser dicho y qué conviene soltar para seguir adelante con mayor ligereza.
La palabra, cuando nace de la conciencia, tiene un poder sanador. No elimina el dolor, pero lo reconoce. No promete finales perfectos, pero permite cierres honestos. Pedir perdón no borra el pasado, pero lo resignifica, reconciliarse no implica olvidar, sino integrar la experiencia y elegir un modo más humano de seguir nuestro propio camino. En un mundo marcado por tensiones y cambios acelerados, estos gestos íntimos se vuelven actos de resistencia emocional y ética.

Cerrar el año desde el perdón y la reconciliación no implica resolverlo todo, sino liberar lo que pesa. Es permitir que la palabra restituya la confianza y comprender que sanar los vínculos es también una forma profunda de cuidarnos. En tiempos de transformación, elegir la palabra consciente es elegir humanidad.
Felices fiestas de fin de año y un nuevo comienzo lleno de armonía que nos acompañe siempre!

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