Entre la presión de los comienzos y la ternura de aceptarse: septiembre como un recordatorio de que también se puede empezar despacio.
Por Lidia Roselló
HoyLunes – Septiembre tiene algo de trampa, no es el primer mes del año, pero lo parece. Las librerías se llenan de agendas con mensajes motivacionales. Las redes con propósitos de olor a café recién hecho y muchas frases como “nuevo curso, nuevas metas”.
Y mientras tanto, estás intentando luchar con el cansancio de un verano en el que no has parado tanto como tu cuerpo te pedía y con los números, cada vez más bajos, de tu cuenta bancaria.
Porque, seamos sinceras, a veces septiembre nos pilla sin ganas. Aquí en Valencia seguimos sudando, aún con el calor pegado a la piel, las emociones revueltas y ese runrún rondándote la cabeza que dice que ya es hora de ponerte en marcha, aunque muchas veces no tengas claro hacia donde.
“Es hora de volver al gym, de comer sano, dejar a un lado los helados, las cenas interminables con los amigos. ¿Has pensado alguna vez que, quizás, el verdadero propósito de septiembre no está en las listas de tareas, sino en volver a aprender a vivir sin prisa?
Sin exigencias.
Sin ningún tipo de maquillaje emocional.
Solo encontrar tu propio ritmo.
Dar espacio a los silencios.
Sin olvidar los pequeños rituales que te hacen sentirte como en casa: una buena lectura, un vaso de leche antes de ir a dormir, una vela encendida…
Cuando hablo con amigas que tienen que preparar la vuelta al cole; ya desde finales de agosto han reservado libros, han mirado nuevas mochilas, rotuladores, cuadernos… Y preparan la vuelta al trabajo mientras sus hijos aún siguen de vacaciones…
Y en medio de toda esa vorágine invisible, me llega una verdad pequeñita pero poderosa: He comprendido que hay años en los que uno no siempre empieza con fuerza, sino con dudas. Y ¿sabes una cosa? Eso también es empezar.
Porque hay vueltas que no se anuncian con fotos de Instagram, sino que se susurran. Así que hoy, uno de septiembre, no quiero prometerme nada. Solo quiero abrazar a la persona que soy, cuidarme como cuido a las personas que más quiero. Hablarme con paciencia, con ternura y con presencia.
Y si tú también estás ahí, a medio gas, quiero que sepas que no estás sola. Por cierto, este año no hay lista. Solo una frases escritas en grande en la nevera para no olvidarla en noviembre:
“No te exijas florecer cada septiembre, a veces basta con no marchitarse”.
Y recuerda, que la puerta de la habitación naranja siempre estará abierta para ti.
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