«Conversaciones Con Mi Espejo»: La Muñeca Olvidada

Los recuerdos, a veces, regresan envueltos en los sentidos: un aroma, una fotografía en tonos ocres, el abrazo de un juguete olvidado…

En esos instantes, el pasado se hace presente con una fuerza inesperada.

 

Por Any Altamirano

 

Hoylunes – En la habitación de su hija pequeña, Dulce encontró una de sus muñecas. Al contemplarla, fue transportada a su infancia. Las imágenes comenzaron a revolotear en su mente como mariposas agitadas:

—¿Rosita, me prestas tu muñeca? —preguntó entonces, en un recuerdo nítido.
—¡No! Esta muñeca es mía. No te la presto. Dile a tu mamá que te compre una —respondió Rosita, con una dureza que ella misma no entendía.—Es muy bonita, ¿sabes? Me gustaría tener una así —dijo Dulce, sin enojo, con la inocencia de quien aún no aprende a cuestionar ni a guardar rencor.

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Dulce volvió a casa y encontró a su madre inmersa en sus quehaceres. No se atrevió a hablar, a expresar sus necesidades o sentimientos. En silencio, tomó una de sus calcetas y la llenó con algunas prendas viejas. Pintó ojitos y dibujó cabellos imaginarios. Al contemplar su creación, su rostro se iluminó. Salió al patio a jugar.

La madre de Rosita la vio desde la ventana, enternecida:
—¡Qué linda muñeca! —exclamó conmovida.
—¿Verdad que sí, señora? Yo la hice con mis manitas —respondió Dulce con orgullo.

El corazón de aquella madre se estremeció, conteniendo las lágrimas. Pensó en la cantidad de juguetes que su hija tenía y en lo poco que había sembrado en ella el valor de compartir. Entró a casa con una lección en el alma y llamó a su hija:

—Rosita, ven a mi lado. Hoy vi a tu amiga Dulce jugar con una calceta con ojitos, porque no tiene una muñeca.
—Sí, mamá… Ella me pidió la mía y no se la presté. Dije que era mía.
—Hija mía, perdóname por no haber hablado contigo antes de esto. Hoy aprendí algo muy valioso. Decir “gracias” es una gran bendición.

No olvides dar gracias por todo lo que tienes: tu cuerpo sano, tu familia, tus amigos, tu hogar… incluso cuando sientas que no tienes suficiente. Cada momento es un aprendizaje.
Quiero que cultives la gratitud en tu corazón. Tienes juguetes para compartir, y eso también es un regalo. La próxima vez que Dulce quiera jugar contigo, comparte tu muñeca, sonríe y vive con ella momentos felices. Esos instantes se transformarán, con el tiempo, en recuerdos inolvidables.

—Sí, mamá. Lo haré —respondió Rosita.

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Y así fue. Rosita corrió al patio con varias muñecas en los brazos para compartirlas con Dulce. Entre juegos y risas, las niñas olvidaron el momento poco grato. Lo que nació como un gesto pequeño, se volvió una amistad inseparable.

Todo gracias a una lección temprana, dada por una madre que supo tomarse el tiempo para sembrar amor, empatía y gratitud en el corazón de su hija.
Ninguna de las tres olvidaría jamás aquel día.

Entonces, el espejo le habló a Dulce:

—¿Por qué nos cuesta tanto ver lo cercano, lo necesario?

Ella reflexionó en silencio.
Comprendió que el tiempo dedicado a los seres amados, las palabras de afecto, los gestos de ternura, la escucha, el hablar de valores, el aconsejar sin juzgar… son los pilares invisibles de una vida plena.
Y que cuando esos pilares faltan, muchas veces emprendemos búsquedas equivocadas.

Recordó también a su madre.

Una mujer que no conoció los cuidados, ni el afecto, ni la atención. Sus padres no supieron escucharla ni mirarla. Y ella, a su vez, olvidó que un abrazo podía haber hecho de Dulce una niña más segura, más independiente.

—Cometí el error de llenar mis vacíos con lo material —confesó Dulce frente al espejo—. Trabajé sin descanso para tener lo que me faltó. Pero no sabía que lo esencial no se compra. No entendía que mis heridas, abiertas y sangrantes, me harían sufrir en la juventud y en la adultez.

Hasta que un día, al identificar mi herida de abandono, algo dentro de mí cambió. Pude sanar. Me reconocí. Y volé.

Hoy sé que un abrazo, una caricia, un gesto amable… son regalos que no cuestan nada, pero lo significan todo.
Lo que das con amor siempre vuelve. A veces en forma de sonrisa. A veces en forma de seguridad.

Y es esa seguridad la que te permite vivir sin miedo, con fe, y con la valentía de decir “no” cuando es necesario… sin temor a perder lo que no necesitas.

Any Altamirano

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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