Cuando Cerró el Bar, se Cerró el Barrio

Más de un café bar se ha cerrado en silencio. Lo que no sabíamos es que también cerraban una plaza, una memoria y una forma de vivir.

 

Por Ehab Soltan

HoyLunes – El Café Bar Manolo no tenía página web ni perfil en redes sociales. No servía brunch, ni sabía lo que era un flat white. Pero allí, a las ocho de la mañana, el café salía solo. Lo pedía Paco sin abrir la boca. Carmen cruzaba desde la frutería de enfrente para que le calentaran el bocadillo. José Luis, jubilado, miraba el mundo pasar desde el ventanal y saludaba a todos con un gesto mínimo, cotidiano, perfecto.

Hoy el Café Bar Manolo es un local vacío en Carabanchel, con un cartel de «Se alquila» y una persiana que ya no tiembla con la mañana.

No es el único. En la última década, España ha perdido más de «30.000 bares». Cierran por jubilación, por alquileres imposibles, por falta de clientela o por agotamiento. Pero lo que se esfuma entre esos cierres es algo más difícil de cuantificar: una forma muy española —casi genética— de socializar.

Durante generaciones, el bar fue plaza interior, oficina improvisada, confesionario laico y zona de confort emocional. Si uno no tenía a quién contarle algo, iba al bar. Y encontraba oídos. Y, a veces, respuestas.

Free Explore the charming La Llotja Café in the sunlit streets of the Balearic Islands, Spain. Stock Photo
El bar no es solo hostelería. Es infraestructura emocional y cívica.

“Ya no sé cómo se llama el del cuarto. Antes coincidíamos siempre en el bar”, dice Julia, vecina de Valencia. “Ahora, sin eso, ¿dónde se construye el barrio?”

En pueblos pequeños, el cierre de un bar puede equivaler a cortar la última cuerda con el presente. En la localidad lucense de A Pobra do Brollón, Aurora, de 72 años, cuenta que el bar del pueblo cerró “sin hacer ruido, como mueren los animales viejos”. Y con él, se fue el único lugar donde se enteraban de nacimientos, enfermedades o entierros. “Ahora nadie sabe si alguien se ha muerto hasta que pasa un mes”.

La estadística dice que «más del 16 % de los municipios españoles ya no tienen un bar». La experiencia humana dice que eso significa que ya no hay un sitio al que ir “sin tener nada que hacer”. Y eso, en la era de las vidas hiperplanificadas, es revolucionario.

Free A warm and inviting bar interior with elegant seating and illuminated decor in Spain. Stock Photo
¿Una nueva era de bares… o el fin de la era de hablar?

Mientras tanto, en las ciudades, los bares que cierran son sustituidos por franquicias, gastrobares o espacios “instagramizables” que, aunque rentables, no ofrecen lo mismo: no hay barra, no hay camarero que sepa tu nombre, no hay tertulia que se alargue ni mirada que se cruce. Todo es más limpio, más bonito. Pero también más solo.

“Ahora parece que tienes que tener una excusa estética o gastronómica para entrar en un bar. Antes se entraba a estar, sin más”, recuerda Tomás, camarero durante 38 años en Lavapiés.

Con la digitalización, muchos se preguntan si esos espacios físicos están siendo reemplazados por espacios virtuales. ¿Sustituye un grupo de WhatsApp a una conversación de barra? ¿Un comentario en Instagram a una sobremesa de dos horas?

Es cierto que el estilo de vida está cambiando. El teletrabajo reduce el paso por la calle. Las plataformas de comida a domicilio convierten la casa en restaurante. Y los jóvenes socializan cada vez más a través de pantallas. ¿Es esto irreversible?

Quizá no. Algunos proyectos experimentales buscan recuperar la esencia del bar de siempre, combinándola con nuevas fórmulas: bares gestionados por cooperativas vecinales, cafeterías de barrio con programación cultural, tabernas híbridas que mezclan tertulia y comunidad digital. Pero son minoría, islas en un mar de cierres.

Free Inviting café setting in Palma captures vintage charm and lively social gathering. Stock Photo
¿Podrá el bar sobrevivir al futuro?

La gran pregunta no es si los bares seguirán cerrando. Es si queremos —y sabemos— salvarlos.

Porque si no hay espacios donde mirar a los ojos a un desconocido, donde hablar sin prisa, donde discutir sin algoritmo de por medio, ¿qué forma de vida estamos construyendo? ¿Queremos una sociedad sin plazas interiores, sin ruidos de cucharillas, sin camareros que recuerdan quién te dejó y qué cerveza te gusta?

¿Creará la digitalización un estilo de vida diferente en el futuro, o seguiremos observando la erosión de lo que queda de los bares sin mover un dedo?

De momento, en el cristal sucio del viejo Bar Manolo alguien ha pegado una foto de hace veinte años. La imagen es simple: tres hombres jugando al mus, una niña pidiendo un zumo, una camarera sonriente. Nadie posa. Nadie aparenta. Sólo están. Estaban.

Y puede que ese sea el mayor lujo que estamos perdiendo: «el derecho a estar, sin más».

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