Valladolid se despide entre luces doradas: la 70ª Seminci cierra con emoción y memoria.
HoyLunes (Valladolid) – La ciudad y el cine: un mismo latido. Valladolid tiene un pulso distinto cuando llega la Seminci. No es solo un festival: es una estación del alma. Durante una semana, las calles huelen a cine, los cafés se llenan de debates y los escaparates se tiñen con carteles de películas que aún no han llegado a los cines comerciales.
La «70ª edición» ha sido una celebración de la memoria y la resistencia cultural. Setenta años en los que la ciudad ha mirado al mundo sin perder su acento castellano ni su sentido íntimo del arte.

El aire de noviembre trajo consigo una nostalgia luminosa. Como si el otoño hubiera querido vestirse de celuloide para rendir homenaje a las miles de historias que pasaron por el Teatro Calderón, ese templo de luces y silencios donde el público se sienta a soñar.
Una gala con alma de clausura
Al caer la tarde, el «Teatro Calderón» se encendió con reflejos dorados. Desde lejos, parecía una joya antigua envuelta en niebla y expectativa. Dentro, los aplausos marcaban el final de una semana de emociones. Directores, actores, estudiantes de cine y vecinos de toda la provincia llenaban las butacas con una mezcla de orgullo y melancolía.
La presentadora Elena Sánchez habló de futuro, pero la sala respiraba historia. La 70ª Seminci fue más que un aniversario: fue un recordatorio de que la cultura no se apaga ni con las crisis ni con la lluvia.

El cierre bajo la lluvia
Cuando terminó la gala, la noche se abrió con una llovizna suave. El público salió lentamente, con los paraguas abiertos y el brillo del asfalto reflejando las farolas. Algunos hablaban de la película ganadora, otros simplemente caminaban en silencio, como si no quisieran romper la magia del momento.
En ese instante, Valladolid se pareció a una escena final: los créditos del festival se escribían sobre el suelo mojado, y cada paso era una despedida.
La lluvia no apagó el entusiasmo, lo transformó en un eco persistente, en una promesa: el cine volverá, como cada otoño, a encender la ciudad.

La ciudad que nunca se apaga
En tiempos en que todo parece efímero, Valladolid conserva una virtud extraña: su forma de detener el tiempo. Durante la Seminci, la prisa se transforma en pausa, y el ruido del mundo se convierte en diálogo.
Cada espectador sale distinto, como si algo invisible se hubiera encendido dentro. Quizá eso sea el verdadero premio del festival: la certeza de que, por una semana, el arte vence al olvido.

Jorge Alonso Curiel observa el mundo con la paciencia de quien sabe que toda imagen es una forma de palabra. Escritor, editor, crítico de cine y fotógrafo, su mirada convierte la realidad en relato: cada encuadre parece contener un pensamiento, cada sombra, una emoción. Licenciado en Filología Hispánica y miembro del Círculo de Escritores, Curiel combina en su trabajo la precisión del lenguaje con la intuición del artista, haciendo del cine, la literatura y la fotografía un mismo territorio donde la sensibilidad encuentra refugio.
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