La fatiga moral del profesional sanitario que cumple… pero ya no se reconoce.
HoyLunes – No todo el cansancio se mide en horas ni se cura durmiendo.
Hay un agotamiento que no aparece en los turnos, que no figura en los cuadrantes y que rara vez se nombra en voz alta: el «cansancio moral».
No es exactamente «burnout», aunque a menudo se confunda con él.
No es depresión, aunque pueda rozarla.
Tampoco es falta de vocación.
Es algo más incómodo: la «erosión lenta de la coherencia interna» entre lo que un profesional sanitario sabe que debería hacer y lo que el sistema le permite hacer.
Ese desgaste no comienza con una guardia especialmente dura.
Empieza cuando «hacer lo correcto deja de ser posible de forma sostenida».

Cuando lo correcto se vuelve excepcional
La mayoría de los médicos, enfermeras y profesionales sanitarios no se quiebran por el esfuerzo físico. Se quiebran —primero en silencio— cuando «hacer bien su trabajo empieza a sentirse como una excepción», no como la norma.
Atender rápido cuando se necesitaría tiempo.
Explicar poco cuando se necesitaría escucha.
Elegir el mal menor una y otra vez.
No por falta de competencia.
No por desinterés.
Por «estructura».
Ahí aparece la fatiga moral: cuando la persona sigue cumpliendo, pero «ya no se reconoce del todo en lo que hace».
No es fragilidad: es conflicto ético sostenido
Existe una idea muy extendida —y profundamente injusta— de que este cansancio es un problema individual: falta de resiliencia, mala gestión emocional, incapacidad para “desconectar”.
La evidencia apunta en otra dirección.
La fatiga moral aparece con más intensidad en contextos donde:
La presión asistencial es constante
Las decisiones clínicas están condicionadas por recursos limitados
El margen real de autonomía profesional es escaso
La responsabilidad ética recae en individuos, mientras las decisiones son sistémicas
No es debilidad.
Es «conflicto ético sostenido en el tiempo».
Y ningún ser humano puede habitar una contradicción permanente sin pagar un precio.

El silencio como forma de protección
Muchos profesionales no hablan de esto.
No porque no lo sientan, sino porque «nombrarlo parece peligroso».
Puede interpretarse como queja.
Puede sonar a falta de compromiso.
Puede no cambiar nada.
Puede tener consecuencias.
Así, el cansancio moral se gestiona en privado: ironía suave, cinismo funcional, distancia emocional, automatización del gesto clínico. No como deshumanización, sino como «mecanismo de supervivencia».
No es que el profesional deje de importar.
Es que «importar todo el tiempo, sin margen, acaba doliendo demasiado».
El riesgo real: acostumbrarse
El mayor peligro del cansancio moral no es el abandono inmediato.
Es algo más sutil y más grave: la «normalización».
Cuando lo que antes generaba conflicto empieza a sentirse “parte del trabajo”.
Cuando la excepción se vuelve rutina.
Cuando el malestar deja de doler… y empieza a anestesiar.
Ahí no solo se pierde energía.
Se pierde «criterio ético vivo».
Y eso no afecta únicamente al profesional. Afecta al cuidado, a la relación con el paciente y a la confianza social en la medicina.

Pensar esto no debilita la medicina. La cuida
Hablar de fatiga moral no es atacar al sistema sanitario, ni público ni privado.
Tampoco es señalar culpables fáciles.
Es reconocer un hecho incómodo: «un sistema puede funcionar y, al mismo tiempo, desgastar moralmente a quienes lo sostienen».
Nombrar esto no lo resuelve todo.
Pero «callarlo lo empeora».
Y quizá el primer gesto de cuidado —antes de protocolos, talleres o campañas— sea permitir que este cansancio exista sin vergüenza, sin épica y sin diagnósticos apresurados.
No todo lo que duele es una crisis personal.
A veces es una «señal ética».
Para quien quiera ir un paso más allá:
OMS – Burn-out como fenómeno ocupacional
[https://www.who.int/news/item/28-05-2019-burn-out-an-occupational-phenomenon]
Jameton, A. – Moral distress
[https://philpapers.org/rec/JAMNPT]
Epstein & Hamric – Moral residue
[https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/19427148/]
#hoylunes, #la_fatiga_moral,





