En ese instante, bajo el cálido sol de Valencia, las palabras fluyeron como ríos hacia el mar del amor verdadero, despejando la incertidumbre, sellando un pacto eterno entre dos almas destinadas a encontrarse y reconocerse en la infinitud del amor y la vida compartida.
Por Ehab Soltan… La segunda parte de la novela {LimoneroII}
Hoylunes – Paseando por la playa de Malvarrosa en Valencia, mis dedos se entrelazaban con los de Clara con la inocencia de un niño aferrado a la seguridad materna. Las olas del mar y el abrazo dorado del sol tejían un escenario de ensueño ante nosotros.
De súbito, Clara se detuvo, apretando mi mano con delicadeza, lanzó al viento una pregunta cargada de incertidumbre y esperanza: «Alejandro… ¿Te has acostumbrado a mí, o en verdad me amas?» La profundidad de su mirada exigió sinceridad. Me encontré en la encrucijada del sentimiento y la costumbre, indagando en mi corazón la esencia de lo que ella representaba para mí.
«Me he habituado al susurro de tu voz, Clara, dulce y melancólica, convirtiéndose en la banda sonora de mi cotidianidad. Tu rostro es el preludio de mi alegría, tus palabras, el dulce cántico que adorna mis días. Tu cabellera, jazmines en cascada sobre mí, entrelazándose en mis suspiros. Tu vestir, jardín en flor que despierta en mí el instinto de arraigo y protección.
Tus manos, cobijo de ternura, tus abrazos, refugio ante mis temores. Tu esencia, ladrona de mi ser, me transporta a voluntad, dejándome en cenizas de pasión. Adicto a tu amor, dos sonrisas tuyas y soy habitante de otro mundo. A tu lado, olvido quién soy, la lógica se desvanece; cada día contigo es un relato inédito, sus episodios, eternamente inscritos en mí.
¿Cómo no habituarme a tal esplendor? ¿Cómo no amar cada centella de tu ser, cada fulgor de tu mirada? Eres la poesía en movimiento, Clara. Mi amor por ti es un vorágine imparable.
En mi vulnerabilidad, en mi anhelo de maternidad, en la desolación de tu ausencia, me veo envuelto en el duelo de la añoranza. Tus besos son el bálsamo que calma mi desespero, tus abrazos, la única verdad en la que encuentro paz.
Dime, Clara, ¿es esto acostumbrarse o es, irremediablemente, amor?»
En ese instante, bajo el cálido sol de Valencia, las palabras fluyeron como ríos hacia el mar del amor verdadero, despejando la incertidumbre, sellando un pacto eterno entre dos almas destinadas a encontrarse y reconocerse en la infinitud del amor y la vida compartida.
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