La Copa Vacía

Él la vio desaparecer en la multitud, en un mar de voces y luces, que de repente le parecieron aún más lejanas, aún más vacías.

 

Por Ehab Soltan

Hoylunes – La vio de nuevo después de tantos años.

No fue un encuentro planeado, ni un accidente. Fue algo peor: una burla del destino.

Las luces titilaban en la fiesta, la música se deslizaba entre las risas, y sin embargo, él solo veía una cosa: a ella. A su silueta inmóvil en medio del ruido. A sus manos envueltas en la elegancia de un gesto que ya no le pertenecía.

No supo cómo ocurrió, pero antes de que la razón pudiera intervenir, ya estaban frente a frente. Como en otro tiempo, como en otra vida. Solo que esta vez, la distancia entre ellos no se medía en centímetros, sino en abismos.

Ella llevó la copa de vino a sus labios con la serenidad de quien ha olvidado. Sonreía, pero su sonrisa no era más que el eco lejano de algo que alguna vez fue real. Él tamborileaba los dedos sobre la mesa, sintiendo cómo el pasado reptaba bajo su piel.

—¿Cómo has estado? —preguntó ella.

Como si su historia no hubiera sido un incendio. Como si alguna vez no hubieran sido todo.

Él tragó saliva. ¿Cómo responder a eso?

—Bien —mintió.

Se miraron. Se leyeron. Pero las páginas estaban vacías.

Entonces él cometió el error de preguntar lo que no debía.

—¿Alguna vez me extrañaste?

Ella parpadeó. Un instante, solo un instante, pareció que algo se rompía en su expresión. Pero cuando habló, su voz fue un susurro sin peso, sin heridas visibles.

—No lo sé… Supongo que todos seguimos adelante.

La frase lo golpeó como una cuchilla de hielo.

«Todos seguimos adelante».

Pero él no. Él aún despertaba a mitad de la noche, con el alma ardiendo en el recuerdo de su cuerpo. Aún escuchaba su risa en la lluvia, aún sentía el perfume de su cabello flotando en los pliegues del tiempo.

Ella tomó otro sorbo de vino.

Él sintió rabia. Tristeza. Desesperación.

—El día que te fuiste —murmuró, inclinándose sobre la mesa—, dejé la vida en cada lágrima. Y ahora que te tengo enfrente… ahora solo siento frío.

Ella no respondió.

—Dime, ¿dónde quedó todo? —su voz era apenas un murmullo herido—. ¿Dónde está el amor que nos hacía inmortales? ¿Dónde están mis manos en tu piel, mi aliento en tu cuello, mi nombre latiendo en tu pecho?

Ella bajó la mirada. Su sonrisa se desmoronó un poco en la sombra de su copa.

—No lo sé…

No lo sé.

No lo sé.

Free A person's hands holding a glass of red wine in a dimly lit indoor setting. Stock Photo

Las palabras lo atravesaron más que cualquier despedida.

Ella se levantó.

—Ha sido… lindo verte.

No. No había sido lindo. Había sido devastador. Había sido un funeral silencioso para algo que alguna vez fue su mundo entero.

Pero no dijo nada.

Ella se fue.

Él la vio desaparecer en la multitud, en un mar de voces y luces, que de repente le parecieron aún más lejanas, aún más vacías.

Y dentro de él, algo se rompió con un susurro helado, con una certeza que ya no podía ignorar.

<<El ser humano dentro de nosotros murió. Y con él, todo lo que una vez fuimos>>.

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