Cuando el Talento Estorba: El Silencio Administrativo que Deja Atrás a los Más Brillantes.
Alta Capacidad, Baja Atención: El Precio de Ignorar a Quienes Podrían Cambiarlo Todo.
De Niños Invisibles a Adultos Heridos: El Drama Silencioso de una Inteligencia Desatendida.
Por Juan Pedro Cardiel Ortiz (Profesor de Educación Secundaria)
HoyLunes – La tercera y última parte de este artículo cierra el círculo iniciado en las secciones anteriores, exponiendo con claridad las consecuencias estructurales y humanas de un sistema que sigue sin responder a las Altas Capacidades Intelectuales (ACI). Se evidencian las carencias formativas del profesorado, orientadores y profesionales sanitarios, la falta de un protocolo de detección e intervención, y el riesgo real de abandono escolar, exclusión social o sobremedicación. A la vez, se plantea una pregunta incómoda pero necesaria: ¿por qué seguimos ignorando el talento? Con ejemplos impactantes y propuestas claras, esta parte reclama que dejemos de ver a los alumnos con ACI como un problema y empecemos a reconocerlos como una oportunidad. Porque el coste de no actuar ya no es solo educativo, sino ético y social.
Como conclusión de todo este panorama, tenemos: alumnos con necesidades educativas especiales sin detectar y que no saben lo que les sucede, padres que esperan confiados que el instituto o colegio atienda adecuadamente a su hijo, profesores que derivan al alumno a los orientadores y, como último eslabón de la cadena, orientadores a los que nadie enseñó —ni han aprendido por su cuenta— a detectar y tratar las altas capacidades (además, muchos orientadores no están autorizados para pasar test o hacer valoraciones, según consta en la Ley 44/2003, de 21 de noviembre, de ordenación de las profesiones sanitarias). Cuando aparecen depresiones y otros trastornos, es fácil que también entren en escena psiquiatras (psicólogos en el mejor de los casos) que tampoco recibieron formación durante su época universitaria para saber detectar si un paciente es ACI y tratarlo adecuadamente, que no lo han aprendido por su cuenta y que recetan tratamiento farmacológico que se podría evitar si hiciéramos lo que tenemos que hacer. Recordemos una vez más que, aparte de ser alumnos a nuestro cargo, también son menores cuya atención estamos descuidando.

Por supuesto, esta situación, como todo lo que no está debidamente atendido por parte de la Administración, puede dar lugar a la aparición de profesionales oportunistas, a los que, por ejemplo, no les interesaría prevenir el problema (todos sabemos que más vale prevenir que curar, excepto cuando no prevenir dará dinero en el futuro a ese oportunista en su despacho profesional…). Y, también como ejemplo, convendría recordar que, si tenemos que firmar algo, debemos leerlo muy bien antes, y de la primera a la última página, sin dejarnos llevar por el alivio de haber encontrado por fin —o aparentemente— una solución a lo que le sucedía a nuestro hijo, por muy cansados que estemos ya de luchar contra un problema que no sabíamos cómo afrontar. No vaya a ser que creamos que, simplemente, le estamos enviando a estudiar a un país que atiende adecuadamente las altas capacidades de los alumnos, pero de palabra no nos hayan contado todo lo que nos afecta de ese documento a firmar y no seamos conscientes de que, a la vez, estamos adquiriendo el compromiso de que, tras acabar sus estudios, deberá quedase cinco años en ese país trabajando en empresas que pagan una golosa comisión al oportunista que creíamos nos estaba solucionando el problema en España de nuestro hijo… Afortunadamente, en nuestro país también hay quien realmente contribuye a solucionar la problemática de las altas capacidades desatendidas y a prevenirla. Pero esa labor no basta, y debería no ser necesaria, si quienes tienen que legislar crearan el mencionado protocolo y se establecieran los medios adecuados, como ya se ha hecho antes en tantos otros temas.
Recordemos que tener altas capacidades (desatendidas o no) no es algo que desaparezca con los años, pues es una condición de por vida. Pasará el tiempo y estos alumnos menores de edad llegarán a adultos, y encontrarán a quien pretenda que no tenga consecuencias no haberlos atendido adecuadamente. Como si llegar a la adultez fuera empezar otra etapa de golpe y que lo anterior quede atrás: la vida no funciona así, ni el cambio es de golpe. Igual que una cojera no desaparece simplemente con el paso del tiempo si no se le pone solución. Incluso el problema causado por la desatención podrá agravarse. En la práctica, hay quien da por sentado que, cuando esos alumnos hayan dejado hace mucho de ser adolescentes, ya por ser adultos no les faltará nada y no tendrán carencias de ningún tipo (incluidas las emocionales, de seguridad en sí mismos, etc.). Una visión bastante cómoda de la realidad, aunque también bastante distorsionada, pues cualquier adulto arrastra consigo todo lo que no haya solucionado antes en su vida: no puede ser de otra manera. En cambio, si se interviene de adolescentes o, mejor aún, de niños, se minimizarán e incluso desaparecerán los inconvenientes (e idealmente no llegarán a surgir), y quedará lugar para las muchas ventajas de la alta capacidad.

Porque aquí empieza la segunda parte de todo esto: si a las empresas en España les interesa contratar empleados con alta capacidad. La realidad es que no, en contra de lo que uno pudiera pensar pues podrían aportar mucho a esas empresas y a la sociedad en general. ¿Influirá la visión que se tiene de un ACI como alguien con problemas, derivada precisamente de no haber normalizado aún (como algo normal, y también como algo asociado a una norma) la atención a las altas capacidades? ¿Es un valor añadido especificar en el curriculum vitae tener alta capacidad o es mejor ocultarlo? Por ejemplo, los colegios que incluso en su web indican expresamente que atienden las altas capacidades de los alumnos que las tengan, ¿contratan también profesores con formación en alta capacidad o, incluso, que tengan ellos mismos alta capacidad?, ¿podrían estos dar clase más adecuadamente a alumnos ACI, entre otros motivos por entenderlos mejor e identificarse más con ellos?, ¿o esperan esos colegios que, en el futuro, de adultos, se les diluya esa alta capacidad a esos mismos alumnos a los que ahora atienden? Por lo que sé, en otros países, como Estados Unidos, hay empresas a las que les interesa contratar empleados con alta capacidad intelectual. ¿A cuántas empresas en España les interesa eso, sean españolas o extranjeras?, ¿de verdad las hay que buscan «atraer el talento y retenerlo», como algunas afirman no sin cierta ligereza? Los hechos no cuadran mucho con ese eslogan… Quizá la mejor prueba sea que hay superdotados en paro.
No se me olvidará una breve reseña que leí en el periódico hace treinta y dos o treinta y tres años: un joven se había suicidado en Londres después de que en doscientos puestos de trabajo le rechazaran porque estaba demasiado preparado… ¿Cuándo vamos a crear un mundo en el que haya un lugar para todos los habitantes del planeta, no solo para una mayoría? ¿Vamos a crear otro problema a estos alumnos para dentro de unos años, o empezamos desde ya a normalizar el tema de las altas capacidades como algo a encauzar adecuadamente y que, en el futuro, reportará ventajas para las empresas, para ese empleado ACI y para la sociedad en general? ¿Intervenimos para que sea lo más conveniente para el alumno, o no intervenimos para que sea lo que más conviene a quien le interesa no hacer nada? Hay países donde la situación de las altas capacidades es mejor que en España, porque les dan una atención más adecuada, y países donde es peor, como Latinoamérica (y no digamos países africanos o asiáticos como Nigeria, Sierra Leona, Camboya…). Pero esto no quita para que la mejoremos en España todo lo que la podamos mejorar. Lo que no puede ser es que el mero plantear la posibilidad de que un alumno tenga alta capacidad desatendida se reciba, en la práctica y en la inmensa mayoría de los casos, como pretender crear un problema, cuando de lo que se trata es, precisamente, de solucionar el problema que de hecho está teniendo dicho estudiante.

A cualquier alumno hay que darle la atención que necesita, sea muy inteligente, algo o muy poco (y no solo lo digo yo: lo dijo hace unos veinte años el filósofo José Antonio Marina en un documental titulado Superdotados (al este de la campana de Gauss), que recibió una Biznaga de Oro en el Festival de Málaga de 2007). En 2015 o 2016, durante un reportaje de televisión sobre problemas emocionales y adicciones a la tecnología, una psicóloga dijo, si no literalmente, algo muy similar a «lo que más descuidamos es precisamente lo que luego menos sabemos tratar» (es decir, el lado emocional del ser humano). Por supuesto, esto se puede aplicar a todas las personas, sean o no alumnos y sean o no ACI. Añado que, en nuestro sistema educativo, algo falla si estamos perdiendo al 60 % de los alumnos con más capacidad porque abandonan la Educación Secundaria —igual que algo falla si cada año los alumnos españoles quedan en los últimos puestos del Informe PISA: ¿no será más bien que el que realmente suspende es el propio sistema educativo español?—. Y no digamos si llega un solo caso al extremo del suicidio o de tan solo intentarlo, porque no sabemos (o no queremos) tratar lo que le esté sucediendo ni evitarle alcanzar esa situación en la que decide poner en práctica la decisión más radical para dejar de sufrir. Hace años leí una carta al director de un periódico en la que el autor decía que el suicidio «es la solución cobarde del que no sabe afrontar los problemas de su vida»; personalmente, más que una solución cobarde (o valiente, porque desconocemos qué habrá y qué le espera al otro lado de esta vida, si es que hay algo), sin duda me parece una solución desesperada.
Mientras tanto, la inmensa mayoría de las personas con superdotación se pasan toda su vida sin saber que la tienen. Por lo demás, está clara la problemática y también lo está la solución. Por ejemplo, a alguien con alta capacidad le suele aliviar mucho conocer la Teoría de la Desintegración Positiva de Dabrowski, porque se ve identificado y entiende facetas de su propia vida y de su personalidad a las que antes no veía explicación. Pero hay que ponerse en marcha y organizar el protocolo adecuado empleando test serios (como el WISC-V —que mide la inteligencia— y el CREA —la creatividad—, complementado este con cualquier otro test de inteligencia). Simplemente para que se cumpla, y se desarrolle y concrete, la ley que existe desde hace treinta años. Mucho mejor que dar a los alumnos pastillas para los síntomas. Y aunque sea más sencillo mirar para otro lado.
HoyLunes: No basta con reconocer que el talento existe: hay que protegerlo, acompañarlo y potenciarlo. Cada niño con altas capacidades no atendidas es una oportunidad perdida para su vida y para la sociedad. No podemos permitirnos seguir ignorando esta realidad. Porque educar con justicia no es dar a todos lo mismo, sino dar a cada uno lo que necesita. Y porque, cuando se descuida el talento, el precio no lo paga solo el alumno: lo pagamos todos.
#hoylunes, Altas Capacidades Intelectuales