En este poemario, el mar se hace mujer y la ciudad se convierte en amante. Desde las playas de La Habana hasta la memoria de un poeta exiliado del océano, Moisés Cárdenas nos sumerge en un universo de deseo, sensualidad y nostalgia.
Por Ehab Soltan
Hoylunes – Hay poetas que escriben con tinta, otros con la memoria. Moisés Cárdenas escribe con agua salada. En «Escrito en La Habana», su poemario más reciente publicado por el Fondo Editorial Ollé, cada palabra parece traída por la brisa del Malecón, como si los versos hubiesen llegado flotando desde Varadero a la orilla de su pecho. No hay en estas páginas una descripción turística ni un simple homenaje. Lo que Moisés nos ofrece, es una inmersión íntima y carnal en una ciudad que respira con cadencia marina: La Habana.
En tan solo 62 páginas, el autor construye un mundo líquido, donde el deseo y la nostalgia navegan juntos, y donde el mar no es solo un escenario, sino una entidad viva, femenina, voluptuosa. La Habana aparece como mujer y como misterio, como amante y como santuario. Los poemas se deslizan entre imágenes sensuales y ráfagas melancólicas, creando una atmósfera donde lo erótico y lo espiritual se confunden como olas que se persiguen.

Ya lo advirtió el profesor Benedicto González Vargas al describir este libro como «un ecosistema poético»: un espacio donde conviven caracoles, ángeles, tigres y sirenas. En este universo simbólico, cada ser es testigo del amor, del anhelo y de esa urgencia del cuerpo que es también el deseo de pertenecer, de sumergirse en otro cuerpo, en otra ciudad, en otro mar.
El poema «Mujer marina», por ejemplo, nos ofrece una de las metáforas más potentes del libro:
<<El mar es como una mujer / con los brazos abiertos hacia la luna / donde quiebra su gemido>>
Aquí, la mujer se convierte en paisaje y el mar en erotismo, en danza, en cuerpo deseado. No se trata de una mirada superficial o idealizada, sino de una entrega a lo sensorial, a la fragilidad y a la fuerza simultánea de lo femenino. Esta poesía, escrita como si el cuerpo de La Habana fuera piel, se mueve entre lo onírico y lo tangible, entre lo recordado y lo que aún se espera.
Moisés Cárdenas nació en San Cristóbal, Venezuela, tierra andina lejana del mar, pero su obra ha navegado lejos. Profesor, escritor y poeta, ha publicado en Argentina, España, Italia, Estados Unidos y, por supuesto, en su país natal. En este poemario, como en otros anteriores —»Poemas a la intemperie», «Duerme Sulam», «En el jardín de tu cuerpo»— se percibe una búsqueda constante: la del lenguaje que abrace y duela, que despierte la carne y la conciencia.

El título «Escrito en La Habana» no es una casualidad ni un simple dato geográfico. Es una declaración de procedencia emocional. Como si el poeta nos dijera: aquí fue donde me desbordé, donde mi alma se empapó de sal y ternura. El mar de La Habana, según Cárdenas, no se contempla: se respira, se recorre con los dedos, se desea.
Y quizá, la clave del libro esté precisamente en la nostalgia que se siente al final. Porque aunque fue «escrito en La Habana», este poemario fue concluido en un lugar lejano del mar, donde el poeta —acostado en un mueble— evoca sus caminatas por la playa. Ese contraste, entre presencia y ausencia, entre lo vivido y lo perdido, tiñe los versos de una melancolía que es también una promesa: la de volver, aunque sea en sueños, a ese mar hecho mujer, a esa ciudad que late como un corazón tropical.

Los versos de «Escrito en La Habana» no solo se leen: se escuchan como un bolero, se saborean como ron viejo, se sienten como la humedad de una tarde habanera. Y en medio de todo ello, el lector también queda atrapado, como un náufrago feliz, entre olas de imágenes, metáforas, caricias y memorias.
Escrito en La Habana, sí. Pero también escrito en el deseo. En la piel. En el alma.
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