En su apacible lecho, donde toma el descanso, somnolienta y serena recibe las bendiciones como caídas del cielo, protecciones divinas que se avivan y convidan a la paz y al deleite, reconoce entonces al poder supremo manifestándose en los más elevados sentimientos, para dar, amar, querer y bendecir.
Por Ana Rosa Rodríguez
Hoylunes – En una tarde serena, de cálidos matices, sentada en la ventana, observa el paisaje que abre espacio a la noche tenue y sombría, ella, ensimismada en su presencia, percibe la brisa que acaricia su rostro ya cansado por el resplandeciente sol con aromas a tostado, que invitan al descanso en el regazo sereno del recuerdo inoportuno, que se presenta al ocaso.
Allí, como en un paraíso, apacible y serena, aplomada por el tiempo, se percata que han pasado los días, los meses y también muchos años. Cabilante y ardua su estadía en el correr de los pasos que siguen el camino, andando, avanzando, despacito, por el ritmo armonioso de la vida, sigilosa y prudente, cautelosa, pero firme y segura!!
Se da cuenta que ha transcurrido su vida, a la vez que, mira a través del cristal humedecido y empañado por el tiempo de lluvia y el rocío del viento frio al caer el sol, y con ello la tarde, al momento que se esconde el día para el descanso que trae la noche. Justo ahora, se da cuenta que entre toda la belleza de ese vasto universo que se observa al ocaso, el ser creador omnipotente presente, le ha hecho comprender su exuberante y exquisita historia de vida. Ve con agrado que todo lo acontecido ha transcurrido en el más claro y sencillo entendimiento; es en ese breve espacio de tiempo, que mira expectante su pasado y siente como en sus cabellos blancos y la trama de su vida, vibra latente una gama de emociones, dibujadas y teñidas por cada una de sus experiencias, ahora, rinden sus frutos para seguir viviendo una y mil veces.
En esa tarde serena, con los ojos fijos en una mirada al cielo va directo al encuentro con los pasajes de su vida y se traslada imaginariamente al frondoso jardín de la casa de su hermana, donde en una grata estadía con su hermano del alma, al encuentro de los prodigios de la viva tierra, vio crecer las semillas germinadas de un dulce tomate, ahora, tal como ha sido, ha llegada la época de recoger la anhelada cosecha que un día había soñado.
Regocijada por los dones de sus manos, capaces de hacer fructificar la tierra, siente que llueve sobre su cabeza la abundancia que le cobija, que ahora disfruta de la gran vida que una vez ella soñaba, como lejana, como distante pero que hoy la saborea y la degusta en cada idea brillante que abre paso a cada una de sus mañanas en una exquisita y delicada sabiduria, que le da entendimiento para comprender los matices de la vida, expansión de ideas para discernir y acoger también en su regazo a gente para compartir la próspera y sentida existencia, donde el éxito, abre puertas que encaminan y acompañan la razón de estar ahora…
Ella, en su sosegada calma y el sereno estado donde ahora se encuentra, abraza lo creado, con tenacidad, cordura y valentía, a veces llorosa, a veces alegre y otras veces dudosa, pero al final reconoce en su más grande tesoro que lo que se hace desde el más profundo amor, rinde y se multiplica, se expande por doquier, así como el frondoso y fructífero jardín de tomates y hortalizas que un día plantó en la casa de su hermana.
En su apacible lecho, donde toma el descanso, somnolienta y serena recibe las bendiciones como caídas del cielo, protecciones divinas que se avivan y convidan a la paz y al deleite, reconoce entonces al poder supremo manifestándose en los más elevados sentimientos, para dar, amar, querer y bendecir.
Hoy, en un nuevo y brillante amanecer, destellos de luz dorada se proyectan de lo alto, posándose en su suave y canosa cabellera como luces de amor, serenidad y viva sabiduría.
Son destellos de amor divino que pululan y se expanden.
Mirando la fecha en el calendario, observa su reloj, se percata que ha llegado el día, que es la hora, es el momento de los tiempos, es el presente mas preciado… la cosecha está servida…
Ana Rosa Rodríguez
Escritora
Orientadora profesional
Docente universitaria jubilada
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