Entre palabras y silencio, decidimos descubrir la verdadera fiesta en la mesa de Élkar, disfrutando del arte de amarnos sin reservas, celebrando cada momento como si fuera el primero y el último al mismo tiempo.
Por Ehab Soltan
Hoylunes – El crepitar suave del fuego en la chimenea acompañaba el silencio de la habitación, mientras la lámpara de escritorio proyectaba su luz cálida sobre el papel en blanco. Mis dedos danzaban al ritmo de las palabras, sumergido en un océano de ideas. De pronto, sentí una presencia. Levanté la vista y allí estaba ella, de pie frente a mí, su silueta bañada por el tenue resplandor. Sus ojos brillaban con una mezcla de ternura y una inquietud disimulada.
—¿Puedo robarte un momento? —preguntó con una voz suave que rozó mis pensamientos como una caricia.
Dejé la pluma, girándome hacia ella con una sonrisa serena.
—Para ti, siempre tengo tiempo —respondí, sintiendo cómo mi corazón respondía antes que mis palabras.
Ella se acercó, sus pasos ligeros como el susurro del viento. Se sentó a mi lado, sus dedos entrelazados con una tímida expectación.
—¿Qué pasaría si yo no existiera en tu vida? —preguntó de repente, sus palabras flotando en el aire, suspendidas entre la curiosidad y el temor.
Me quedé en silencio por un instante, no por falta de respuesta, sino porque su pregunta despertó en mí un torrente de emociones. Me puse de pie lentamente, caminando hacia la ventana, donde la luna derramaba su luz plateada sobre la ciudad dormida.
—Si tú no existieras… habría inventado una mujer que te reflejara —dije, dejando que mis pensamientos se deslizaran en voz alta—. Una mujer cuya estatura se erguiría con la elegancia de un ciprés, cuyos ojos guardarían la claridad serena de un cielo de otoño. Su risa sería la melodía que falta en las canciones, y su voz, el eco que resuena en el vacío de mi alma.
Me volví hacia ella, atrapado por el brillo de sus ojos humedecidos.
—Si no estuvieras escrita en mi destino, habría tallado tu esencia en la madera de los sueños, robando fragmentos de luna, suspiros del mar, y versos de las estrellas errantes. Habría tejido tu rostro con hilos de viento y memorias no vividas, porque ninguna ausencia podría borrar la necesidad de tu existencia.
Ella cerró los ojos, dejando que mis palabras la abrazaran en un silencio cargado de significado.
—¿De verdad sientes eso? —murmuró, apenas un suspiro.
Me acerqué, tomando sus manos entre las mías.
—Sí, pero aún así, ¿quién podría ser tú, amor mío? ¿Dónde podría encontrarte si no aquí, ahora, latiendo en cada rincón de mi ser?
Ella me miró con una chispa de emoción en sus ojos.
—Tus palabras me hicieron pensar, ¿cómo pasaremos el Día de San Valentín? —preguntó, dibujando una sonrisa que iluminó el cuarto.
—¿Tienes alguna sugerencia? —respondí, intrigado por su expresión radiante.
—Quiero que tengamos una cena del amor en el Planeta Élkar.
—¿¡Un planeta!? —exclamé, sorprendido.
Ella rió suavemente.
—Sí, me gusta llamarlo Planeta porque es más que un restaurante. Nuestra amiga Laura Rieiro me contó sobre su increíble menú de San Valentín. Está ubicado en la planta 33 de la Torre Emperador de Castellana. Invita a vivir una experiencia culinaria inolvidable, con vistas panorámicas excepcionales de Madrid y un menú que conquista corazones.
Sus palabras tejían imágenes vívidas en mi mente. Me habló del menú de San Valentín de Élkar, creado por el chef Fran Vicente, una historia de pasión y propósito. Desde el primer sorbo del cóctel Red Élkar, fresco y vibrante, hasta el dulce final de las fresas guisadas con aroma de rosas y brandy, cada detalle es un poema para los sentidos.
—¡Imagina! Tras el coctel de bienvenida, la experiencia comienza con una delicada navaja de ría con escabeche de azafrán, seguida de un cremoso guiso de setas que se funde en el paladar —describió con entusiasmo—. Luego, para el plato principal, podemos elegir entre un jugoso mero asado con beurre blanc y caviar, o una suprema de pularda con su pepitoria y yema curada, una combinación clásica con un toque contemporáneo.
Cada palabra suya era un paso hacia ese lugar mágico. Me habló de la música en vivo, del dúo DD Music y de la voz de Greta Vilar llenando el espacio con jazz y R&B, creando un ambiente íntimo y romántico.
Élkar no era solo un restaurante; era un universo donde la gastronomía se fusionaba con el arte y la emoción. Un escenario perfecto para celebrar el amor, donde cada plato era una obra maestra y cada momento, un recuerdo imborrable.
—Entonces, mi amor, ¿viajamos al Planeta Élkar? —preguntó con una sonrisa que desbordaba ilusión.
—Contigo, viajaría a cualquier rincón del universo —respondí.
Ella se detuvo de repente, con una chispa traviesa en sus ojos.
—¿Qué esperas de mí después de regresar del Planeta Élkar? —preguntó, su voz una caricia disfrazada de desafío.
Reí suavemente, dejando que la noche fuera cómplice de mis palabras.
—Supongo que tan pronto como entres a nuestra casa, serás una mujer indomable.
—¿Indomable? —repitió, fingiendo sorpresa mientras su sonrisa desmentía cualquier asombro.
—Sí… serás mi tempestad. Quiero que me envuelvas con el calor de tu piel, con el aroma que despierta mis sentidos. Espero que cantes, que bailes, que sudes la vida misma, radiante y libre.
Me acerqué, susurrando con la voz cargada de deseo.
—Sé la llama que arde sin miedo, la espada que corta la rutina. Eres un verano eterno, un campo de especias que embriaga. Sé el relámpago que ilumina mis sombras, el eco de un trueno que resuena en mi pecho. Eres el dolor más hermoso, la negación de todo lo que no seas tú.
Sus ojos brillaban con la intensidad de un meteoro cruzando el cielo.
—Definitivamente estaré a la altura de tus expectativas —dijo, su voz un suspiro que prometía infinitos.