Su método de trabajo es intenso y exigente: vive con sus personajes, los lleva consigo incluso al dormir, y se sumerge en sus mundos hasta que la historia está lista para emerger.
Por Ehab Soltan
Hoylunes– El exilio separa a las personas de su tierra natal, y también los enfrenta a la disyuntiva de olvidar o convertir su pasado en narrativa. En el caso de Carlos Armando Ramos, la literatura se erigió como su patria definitiva, el territorio donde reconstruyó su identidad y transformó su propia historia en un testimonio de resistencia. Su pluma es un eco de su vida, un viaje marcado por la rebeldía, la nostalgia y la insaciable búsqueda de verdad, en un mundo donde la ficción a menudo es más reveladora que la realidad.
Carlos Armando Ramos, nació en La Habana, Cuba, un día de noviembre de 1951. Aunque su formación académica estuvo vinculada a la radiología, su verdadera pasión fue siempre la escritura. De manera autodidacta, comenzó a tejer historias que pronto lo llevarían a convertirse en un autor prolífico. Su periplo lo llevó a emigrar a Venezuela en 1978, donde publicó «Estatuas de Noviembre» y se vinculó al teatro con la obra «Fiesta Cubana», una pieza que retrataba con crudeza y humor la realidad de su país de origen.
En 1986, su viaje continúa hacia Estados Unidos, donde amplía su producción literaria con títulos como «Los muertos tienen otra opinión» y «Cuando nos corresponde el infierno». Sus obras se convierten en un puente, entre sus vivencias y el lector, un testimonio que desafía las imposiciones del exilio y la censura.
El caso de Carlos Armando Ramos, no es el de un escritor que sigue las tendencias del mercado, sino el de un autor que se sumerge en sus propias obsesiones, para dar vida a historias que desafían los convencionalismos. Su más reciente novela, «El ADN de los descendientes legítimos de Caín», es un testimonio de su resistencia creativa. Escrita en prisión y concluida dos décadas después en Gran Canaria. Su obra literaria, es un viaje entre la memoria y la ficción, entre la sombra y la luz.
En esta novela, la línea entre la realidad y lo imaginado se desdibuja, dando paso a una narración en la que, incluso una ardilla puede ser un ángel disfrazado. Esta figura enigmática acompañó al autor en los momentos más oscuros de su encierro, convirtiéndose en un símbolo de resistencia y esperanza. Ramos, convierte su propia experiencia, en una exploración literaria que nos recuerda que, la creatividad es una forma de libertad.
Para Carlos Armando Ramos, la escritura no es un lujo ni un entretenimiento, es una exigencia vital. Su relación con la palabra es absorbente y visceral. No escribe para complacer al mercado, sino para desentrañar verdades ocultas en la complejidad del ser humano. Es un autor que desafía los moldes y que se niega a ceder ante las imposiciones de la industria literaria.
Su método de trabajo es intenso y exigente: vive con sus personajes, los lleva consigo incluso al dormir, y se sumerge en sus mundos hasta que la historia está lista para emerger. La independencia ha sido su sello, pero también ha tenido un precio. Sin el respaldo de grandes editoriales, ha tenido que depender del apoyo de su familia y de su propia capacidad de sacrificio para ver sus libros publicados. A pesar de esto, sus lectores le han sido fieles, valorando su autenticidad y profundidad.
Ahora, Carlos Armando Ramos y su libro «El ADN de los descendientes legítimos de Caín» forman parte del proyecto «Detrás de cada libro hay una historia», impulsado por el Consejo Literario Independiente de «Viajes Literarios» y «Drama Social». Esta iniciativa, que reúne a escritores de distintas nacionalidades, se publicará inicialmente en español antes de ser traducida a otros idiomas. Su inclusión en este proyecto reafirma su rol como un escritor visionario y universal, cuya obra sigue desafiando fronteras y conquistando nuevas audiencias.
Carlos Armando Ramos es un exiliado que nunca se ha sentido desterrado de la literatura. Su patria es la palabra, y su compromiso con ella sigue intacto. Mientras sus historias sigan siendo leídas, su voz continuará resonando, recordándonos que la literatura narra la realidad y también la transforma.
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