De la novela «LLuvia Negra» Cap. 5 (https://2u.pw/OGHsb0DX)

Tocaste algo en mí que llevaba mucho tiempo dormido. Me hiciste ver que no era menos por haber fallado, que no era una mujer rota, sino una mujer que debía reconstruirse. Pero el proceso no fue fácil.

 

Por Ehab Soltan

Hoylunes– Ella bajó la mirada. Sabía que mis palabras eran ciertas, pero la verdad no siempre es fácil de aceptar.

El altavoz anunció el cierre de puertas.

—Debo bajar aquí —murmuró.

—Nos vemos pronto —dije—, aunque en el fondo temí que ese «pronto» se convirtiera en un nunca.

Me quedé mirando su silueta alejarse entre la multitud.

El tren avanzó, y con él, la promesa de que quizás, solo quizás, Margarita encontraría el camino de regreso a sí misma.

Cada vez que la recuerdo, no pienso en la mujer que se perdió en una nube gris. Prefiero recordarla como la mujer fuerte que un día fue, la que irradiaba vida y contagiosa alegría.

«Quizás, en algún rincón de su alma, esa Margarita sigue viva, esperando ser rescatada por sí misma».

El sonido del café llenando mi taza y el aroma que se esparcía en el ambiente me trajeron de vuelta al presente. Me removí en mi asiento de aquel café, en el que decidí disfrutar de mi día libre, distraído con los pensamientos que venían a mi mente como ráfagas de viento.

Entonces, la vi.

¡¿Margarita?!

Mi corazón se detuvo por un instante. No era la misma mujer que había conocido meses atrás, consumida por la tristeza y la desesperanza. No, esta era una Margarita nueva. Resplandeciente. Transformada.

—¡No lo puedo creer! —exclamó—. No esperaba encontrarte aquí.

—¡Margarita!… —mi voz salió con asombro—. ¡Estás radiante!

Ella se llevó las manos al vientre con un gesto inconsciente. Fue entonces cuando lo noté: estaba embarazada.

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—¿Puedo sentarme?

—Por supuesto —respondí, aún sin salir de mi asombro.

Se acomodó frente a mí y pidió un té. Sus ojos brillaban con un fuego renovado, con la chispa que una vez había visto en ella y que creí perdida.

—No sabes cuánto han significado tus palabras en mi vida —comenzó, entrelazando los dedos sobre la mesa—. Esa noche en el metro, cuando todo en mí se desmoronaba… pensé que nunca encontraría una salida.

—Me preocupaste mucho —confesé—. No volví a verte y temí lo peor.

Margarita suspiró.

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