Gracias a la atención oportuna y profesional del equipo de La Fe, fui capaz de enfrentar lo que, en otras circunstancias, podría haber sido el final de mi historia.
Por Ehab Soltan
Hoylunes – En vísperas del amanecer de aquel nuevo día, un ligero dolor me despertó. Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía. Con cada intento fallido de levantarme, mi mente se inundaba de preguntas: «¿Qué me pasó?» Mi esposa, al notar mi angustia, intentó ayudarme, pero pronto descubrió que mis palabras no eran más que sonidos incomprensibles. Algo profundo y desconocido había tomado control de mi cuerpo.
El tiempo se volvió un enemigo silencioso, cada minuto se estiraba como una eternidad. No podía moverme, no podía hablar, y la realidad de mi entorno comenzaba a desvanecerse. De pronto, estaba rodeado de médicos, enfermeras y técnicos del equipo del Hospital La Fe de Valencia. Sentía la presión en el aire; todos luchaban contra el tiempo, pero aún así me ofrecían sonrisas tranquilizadoras, ocultando su tensión y preocupación.
Una voz calmada pero firme, comenzó a hacer preguntas básicas: mi nombre, mi edad, dónde me encontraba. Preguntas que normalmente respondería sin esfuerzo, pero ahora eran un desafío. Y luego vino la pregunta que reveló la gravedad de la situación: «¿Puedes mover el pie izquierdo?» La respuesta fue dolorosa, silenciosa. «No». Lo intenté una y otra vez, pero mi cuerpo no obedecía.
Un diagnóstico devastador: un derrame cerebral. En cuestión de minutos, fui trasladado a otra sala. Todo el equipo trabajaba sin descanso para salvarme, para salvar mis sueños, para darme otra oportunidad en la vida. Cada movimiento, cada decisión del equipo médico parecía orquestado con una precisión casi sobrehumana. Sabía que mi vida pendía de un hilo, pero también sentía una confianza absoluta en ellos.
El equipo médico dirigido por los profesionales de salud en Neurología, Dr. Jorge Ferrando B. y Dr. Luis Morales C., con su experiencia y liderazgo, tomaron el mando de la situación. Bajo su guía, el equipo me administró un tratamiento especializado con rapidez y precisión, abordando las causas médicas que habían desencadenado mi derrame: una presión arterial alta no controlada, problemas cardíacos y diabetes, el estrés prolongado, y quizás algunos factores genéticos que hasta ese momento desconocía. Cada acción, parecía perfectamente orquestada, actuando no solo sobre los síntomas, sino también sobre las raíces de mi condición.
Durante ese tiempo, mientras mi cuerpo luchaba por sobrevivir, mi espíritu se ancló en algo mucho más profundo: la fe. En medio de la incertidumbre, encontré un refugio inexplicable en mi conexión con Dios. El hospital, con sus luces frías y sus sonidos constantes, se convirtió en un espacio de meditación y encuentro espiritual. Cada respiración, cada pensamiento, se transformó en una oración silenciosa, un acto de fe. No sabía lo que vendría después, pero sí sabía que no estaba solo. Sentía la mano invisible de Dios guiando el proceso, dándome paz en medio del caos.
No solo me sostenía la fe en Dios, sino también la gratitud por aquellos que me rodeaban. Los médicos, las enfermeras, los técnicos, y hasta el personal administrativo, todos compartían un objetivo común: salvar vidas. Su dedicación me asombraba. Sabía que muchos de ellos estaban lejos de sus familias, sacrificando tiempo personal para ofrecerme a mí y a otros pacientes una oportunidad. Cada palabra amable, cada gesto de cuidado, me hizo sentir una profunda gratitud. No solo atendían mi cuerpo; atendían mi alma, recordándome el poder de la humanidad en los momentos más oscuros.
Hoy, mientras reflexiono sobre esos días en el hospital, cada instante recobra un significado nuevo en mi vida. Mi salud ya no es algo que doy por sentado. Cada bocado que como, cada paso que doy, tiene un propósito renovado. He aprendido a valorar el cuidado de mi cuerpo con hábitos más saludables, pero también a profundizar mi espiritualidad. Mi fe ha crecido, como un concepto abstracto, como una fuerza viva que me sostiene día a día.
Gracias a la atención oportuna y profesional del equipo de La Fe, fui capaz de enfrentar lo que, en otras circunstancias, podría haber sido el final de mi historia. Desde el primer instante, sentí que luchaban por mi vida, que me trataban con una humanidad y calidez que hicieron de esa batalla algo más llevadero.
Hoy, mientras escribo estas palabras, puedo decir que volví de un lugar donde muchos no regresan. Y todo gracias a las manos expertas y el cuidado atento de los profesionales de Neurología y Cardiología del Hospital La Fe, del Dr. Jorge y Dr. Luis, quienes salvaron mi cuerpo y también mi esperanza.
Gracias a todos, gracias Hospital La Fe.
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